jueves, 23 de septiembre de 2010

Y dicen que 10 años no es nada…

Hace 10 años recibí el Ministerio Extraordinario de la Sagrada Comunión, han sido años de muchas bendiciones y frutos, de muchas gracias, pero también de muchas pruebas. 10 años de aprendizaje, de madurez, pero en especial de servicio.
Son muchas las anécdotas que les pudiera participar de estos años, como la alegría de llevar a Cristo a los hermanos que se encontraban en hospital, que durante los primeros seis años nos encontrábamos cada sábado o domingo. La esperanza con la cual recibían a Jesús Eucaristía y se sentían reconfortados en medio de las dificultades. Enfermos terminales, mismos que me daban un testimonio de entereza y gratitud a Dios por su vida, recordándome cuando pudiese dudar, la obra no está terminada.
O cuando me encontré con un matrimonio joven, que acababa de nacer su pequeña hija (12 de diciembre de 2001) y pedían por un Bautismo de emergencia, porque era prematura. No pudimos localizar a un sacerdote o diácono y lo tuve que hacer. La pequeña me cabía en la palma de la mano, mientras realizaba el rito, los papás se confortaban uno a otro, dando gracias a Dios que su hija Guadalupe recibía el Bautismo. Me retiré de la zona de incubadoras con la bata puesta y que quité mi cruz, con la extraña sensación que todo iba a estar bien. Al año siguiente, me encontré a la familia que llevaban a su pequeña Lupita a que la revisara el pediatra, milagrosamente superó las adversidades y se ganó un lugar en la tierra.
Momentos y circunstancias que definen el rumbo de las personas, mis amigos me pidieron en varias ocasiones que visitara a sus papás o abuelitos, para llevarles la Comunión, en muchos casos, fue la última vez que recibirían al Señor de forma sacramental, en otros se daba el comienzo de su recuperación.
Los pasados cuatro años, con un giro radical, dedicado a aprender Liturgia para ser Ceremoniero, pero con tantas experiencias y alegrías. Ya no iría a hospitales ni a casas, pero serviría de otra manera.
Podría definir estos años con la alegría de aquel que se siente llamado e invitado, que tiene la experiencia de un Cristo vivo, que se torna indefenso, pues quiso requerir de hombres para su misión. Es participar como los discípulos de la felicidad del sígueme.
Como siempre lo menciono una vez que celebro Liturgias de la Palabra con Comunión o cuando iba a los hospitales y casas, muchas gracias por creer en el misterio de Cristo que pasa por mis manos.

1 comentario:

Nishta dijo...

Muchas gracias a tí por compartir y por tu vocación de servicio, nos contagias tu alegría, tu amor pero sobre todo eres un gran guía en la tierra.