jueves, 30 de septiembre de 2010

El taladro de nuestra alma

En entregas anteriores visualizábamos el problema de la falta de sentido en la vida, comprendíamos el misterio que lo envuelve y cerrábamos la colaboración pasada con la importancia de formular preguntas correctas con el fin de llevarnos a respuestas certeras para encontrar el rumbo y la dirección.
Por ello, en esta edición, descubriremos cómo interiorizar esa pregunta, porque mientras más profunda sea, podremos adentrarnos a nuestra alma. Es como si utilizáramos un taladro, dependiendo del trabajo a realizar, se escoge una broca, si queremos introducir un taquete no podemos utilizar una delgada y pequeña, necesitamos una con mayor diámetro y longitud.
El secreto es poder penetrar dentro de nuestra alma, sumergirnos, adentrarnos; pero debemos concientizarnos de lo mucho a escarbar y sanear. Por tanto, ahí descubriremos la pregunta que espera poder salir a la luz.
Para todo ello, es necesario contar con las herramientas necesarias, la metáfora utilizada fue el taladro, pero el principal problema a resolver es cómo superar la incapacidad para descifrar el misterio envuelto en pregunta.
Ya se ha dado un primer paso, reconocer el problema imperante, el sentirse atrapado por la propia vida, derivado de la incapacidad para descifrar el misterio como nos recuerda el P. Cencini.
Ahora, una vez aceptado, porque recordemos, lo que es aceptado es redimido, podemos encontrar la fuerza para ponernos en movimiento a la dirección precisa, buscada y anhelada. Pero ese impulso, debe ser propio, no ajeno, de otra manera corremos el peligro de someternos a los deseos o a la inercia de otros, por el deseo de pertenencia; y aún en ese caso, dentro de nosotros seguirá esa voz clamando nuestra libertad.
Como hemos visto, tomar una decisión es muy complejo, pero una vez hecha, debemos seguirla, ser fieles aún con el costo que implica, porque por cada decisión, también hay una renuncia.
Esa pregunta anidada en nuestra alma, en lo más íntimo, quiere decirnos algo, y debemos estar atentos a lo expresado, señalado o reclamado. Si preguntamos algo, es porque estamos buscando algo más duradero.
Por tanto, es fundamental educar el corazón, concientizarlo de la necesidad de cuestionarse y buscar la dirección para nuestra vida, pero debe hacerse con responsabilidad y lo más importante, con libertad.
El reto, aprender a profundizar y elevar las preguntas que deseamos hacernos, porque encontraremos respuestas a mucho más largo plazo y superaremos los problemas de las proyecciones erróneas. ¿Qué quiero hacer y qué estoy dispuesto a hacer para alcanzar mis metas? En ocasiones, debemos vencer dos miedos a ser felices y a vivir en libertad, lo que permitirá por tanto, emerger aspiraciones más nobles y altas; horizontes más lejanos y humanos, que integre todo lo que soy, el pasado, presente y futuro; el origen y destino, mis raíces y mi vocación. Dice San Agustín, “inquietum est cor nostrum, donec requiescant in te” (nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti).
Cuando nos acerquemos a poder plantear las preguntas, estemos muy atentos para que preguntemos realmente qué es lo que se quiere. Esto quiere decir, preguntar lo esencial, lo que en verdad nos va a llevar a nuestra felicidad.

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