lunes, 18 de noviembre de 2013

Una imagen para el Paraíso

Continuamos nuestra entrega sobre el cielo, en esta ocasión tocaremos tres puntos fundamentales, la reencarnación, la resurrección y nuestra necesidad de crear una imagen para el Paraíso

Es muy importante distinguir de esas palabras, la reencarnación no es lo mismo que resucitar, reencarnar es muy poco, es una creencia muy limitada, porque es entrar al círculo infinito del volver y volver a esta vida siendo los mismos pero diferentes.

La resurrección es la invitación a la plenitud, siendo cada uno, cada uno, es resurgir con todo quien soy. Mi alma y mi cuerpo glorioso en la vida eterna, la vida en la plenitud.

Es muy sencillo comprender la diferencia, ofreceré dos puntos fundamentales.

1.      Cada hombre es único, es irrepetible y es original.

Desde el punto de vista filosófico comprendemos el error de aceptar la reencarnación porque elimina nuestra propia esencia. Por la misma esencia somos únicos e irrepetibles, cada alma es única la cual recibe solamente un cuerpo.

2.      Si creemos o aceptamos la resurrección es negar la idea de salvación.

El concepto de salvación necesariamente es individual, la salvación no puede ser colectiva, es individual y ella depende nuestra voluntad de salvarnos y sobre la libertad recibida la elegimos.

De ello comprendemos la importancia de insistir en tener fe en la resurrección, la cual es necesariamente el camino a la vida eterna y por tanto al Paraíso. Nos cuesta tanto creer en él, porque no tenemos una visión de cómo será, por ello los humanos tenemos la necesidad de crear una imagen del Paraíso.

El hombre por tanto, teme enfrentarse a la idea del Paraíso porque no lo conoce, hoy es muy complicado imaginar cómo será la vida eterna, pero no comprendemos que será la felicidad total.

Es por tanto, característica del católico es tener fe en la vida eterna y comprender que el Paraíso es la vida en plenitud sustentada por el amor.

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿Cuándo será?

Estamos ya en vísperas de terminar el Ciclo Litúrgico, llegamos al XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 21, 5 – 19).

“Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas”.
Nos encontramos frente a la realidad de nuestras vidas, una de las tres certezas de nuestra vida, la muerte, pero no por el hecho de escandalizarnos, espantarnos o atemorizarnos, sino para cobrar conciencia de cómo estoy viviendo, qué estoy haciendo para construir en miras a la eternidad.

Tengamos mucho cuidado de esos falsos profetas quienes con visiones particulares buscan atemorizarnos y realizar toda una serie de conjeturas sobre el fin de los tiempos, cuando el propio Jesucristo no sabía ni el día ni la hora.

La visión escatológica del Evangelio de hoy es justo para recordar el hecho de no darnos el lujo de desperdiciar un momento de nuestra vida, porque se escurre como agua de río en nuestras manos. La vida es efímera dentro de la perspectiva de la eternidad, la felicidad por tanto será la opción fundamental de nuestra existencia.

No perdamos de vista la fórmula para la verdadera felicidad, el amor. El amor permite soportar cualquier crisis, dificultad, problema. El amor es la verdadera fuerza transformadora del mundo, no hay otra, para vencer al mal, es necesario romper el círculo de odio para abrir paso a la sanación proveniente del amor.

Sin amor el hombre es imposible que subsista. Sin amor el hombre se marchita, se encorva, pierde su sentido, va extinguiendo su alma poco a poco, instante a instante. Pero con el amor, por el contrario, el hombre crece, se plenifica, ennoblece y engrandece, acumula para la vida eterna.

Quienes escuchaban a Jesús tenían la pregunta, ¿cuándo será? Para el fin del mundo comienza en el momento en que dejaste de amar. Ahora es cuando debemos comenzar a amar, no podemos esperar un instante más, porque la vida se nos escapa y si la medida de la justicia divina es el amor, ¿cuánto hemos invertido en el amor?

domingo, 10 de noviembre de 2013

De vivos

Llegamos al XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27 – 38) ya preparando para el cierre del Ciclo Litúrgico, Cristo nos recuerda sobre su Padre.

“Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”.
En nuestros tiempos, cada vez parece más lejano creer en la resurrección, se nos apetecen todas las corrientes, movimientos y pensamientos quienes nos quieren demostrar la reencarnación y la importancia de no vivir con miras a la trascendencia.

Los saduceos hombres incrédulos, bien pudieran vivir en la actualidad, porque no creen en absolutamente nada, hoy elegantemente les llamamos agnóstico. Es triste el no tener ideales, sueños o metas, no querer trascender si quiera.

Ahora preocupa el aquí y el ahora, pero no queremos construir en vías de la vida eterna, la cual ya ni ha sido planteada en nuestra vida como el gran ideal. Desde ahora debemos construir nuestra vida en abundancia, para así obtener la vida que no se agota, que no se acaba, la vida eterna.


Para cerrar el ciclo litúrgico es preciso no olvidar el último párrafo del texto proclamado hoy, Dios es de vivos, no de muertos. Dios quiere que vivamos, que sea en abundancia, que sea en plenitud y que nos lleve a la felicidad plena. Es de vivos y por ello, quiere que vivamos de acuerdo a la luz y a la verdad la cual sólo brota del resucitado.

lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Qué quieren?

Seguimos en nuestras meditaciones sobre el Cielo, en esta ocasión queremos hacer énfasis en la fe y un punto importante, su relación con la inmortalidad.

Partamos de la premisa sobre la fe, la cual debe ser la respuesta al proyecto de Dios para mí. La fe es un don, es una gracia dada por Dios, no es propio del hombre el tener fe. Con ello podremos asimilar cuestiones las cuales sobrepasan nuestro intelecto, no las entendemos pero nos apegamos a ellas.

En el ritual del Bautismo, una de las preguntas clave que se realizan al iniciar el rito es, ¿qué piden a la Iglesia? La respuesta es el Bautismo, pero la verdadera pregunta es ¿qué quieren? La respuesta será la vida eterna.

La fe, nos lleva a aceptar caminos por los cuales no pudiéramos entender, incluso la misma muerte nos mueve a cuestionarnos la fe. Es ahí donde podremos experimentar los límites de la fe.

También el comprender la fe en la vida eterna es muy complicado, porque es una realidad muy lejana, San Ambrosio, “la inmortalidad es una carga, más que un bien, si no la ilumina la gracia”.

La muerte es un tema molesto de tratar, porque desnuda lo efímero dentro del tiempo de Dios. Quien tiene fe, la muerte es un regreso a la vida eterna de donde partió, por ello, la muerte ya no existirá definitivamente, porque sabemos tendremos la inmortalidad de la vida eterna.


Nuestra respuesta de temor frente a la muerte no lo da la fe, sino por el contrario, nos da la certeza en la esperanza de no desaparecer, porque la inmortalidad de la vida eterna nos espera.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Yo soy Zaqueo

Llegamos al XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 19, 1 – 10), nos encontramos con un personaje peculiar, Zaqueo.

“Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más". Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
En nuestra vida surge en algún momento la imperiosa necesidad de buscar a Jesús, nos sentimos vacíos, tristes, desesperados o simplemente el peso de nuestros pecados nos produce una sensación de podredumbre.

Zaqueo tuvo la oportunidad de su vida, Jesús pasaría por su casa en Jericó y no dudó un instante para hacer lo necesario para verlo. Como dice el Evangelio, era de baja estatura, pero eso lo podemos interpretar como era un hombre de baja estatura moral, era un pigmeo, no había llegado a su vida la salvación y el día de su liberación, pero si bien, su necesidad de encontrar la verdad fue su salvación.

Por eso sube al árbol porque sabía, al menos con ello, podría alcanzar el camino a la liberación si veía a Jesús, pero Jesús sale primero a su encuentro, puede ver lo más profundo de su corazón y le habla, le pide ir a alojarse a su casa, quiere ingresar a lo más profundo de su intimidad.

Zaqueo se da cuenta en ese instante la necesidad de no despegarse nunca más del buen sendero y quiere, como muestra de ello, rectificar sus pasos. Así su vida la reorienta para ingresar al proyecto de Jesús, el proyecto de su Padre, del Amor total y en plenitud.


Hoy más que nunca nos podemos sentir como Zaqueo, arriba del árbol esperando y buscando a Cristo, porque así podrá lograrse ese encuentro fecundo, el momento decisivo de nuestra vida, hoy podremos decir sin pena, yo soy Zaqueo, pero no más, mi vida tiene, por tanto, que ser diferente.