domingo, 31 de marzo de 2013

Está vivo

¡Felices Pascuas! Llegamos al a Gran celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte, Domingo de Resurrección (Jn 20, 1 – 9)
“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos”.
Después de los 40 días de preparación de la Cuaresma, llegamos a la Gran celebración de la Pascua, recordamos el paso definitivo del Señor, porque el Padre ha entregado a su Hijo como Cordero perfecto para poder recuperar nuestra dignidad de hijos.
El Triduo Pascual, nos permite recordar varias cosas en nuestra vida, el Jueves con la Cena del Señor, comprendemos la dimensión de la promesa de Cristo de quedarse todos los días hasta el fin del mundo con nosotros. Nos da su propio Cuerpo para obtener la fuerza necesaria para nuestra misión, instruye sobre la caridad como única arma para cambiar al mundo; también, nos recuerda la fuerza y el poder de la oración como preparación para cualquier situación, lo más importante, nos enseña la confianza en el Padre.
El Viernes, con la Pasión y Muerte, Cristo nos demuestra la totalidad de la entrega basada en el Amor. En un arrojo completo en la misión de nuestras vidas, no podremos llegar a la plenitud y totalidad sin decir, a su ejemplo, todo está cumplido. De la cruz, la cual antes se vio como derrota e ignominia, ahora es signo de victoria.
La Pascua, nos permite recobrar el sentido de la victoria de quien vino a vencer al mundo. Hoy podemos gritarlo, ¡está vivo! Si con la Pasión y muerte, pensábamos morir, ahora, sabemos con certeza de la vida en abundancia y plenitud, de la vida eterna.
Si nuestro corazón estaba muerto, ahora es cuando debe resucitar con el Señor, aceptar su señorío, para así se convierta en el centro de nuestra vida.

lunes, 25 de marzo de 2013

Cuarto paso

Llegamos a nuestra entrega final serie sobre el poder liberador del perdón. Hemos recorrido un camino largo, en ocasiones doloroso, pero también enriquecedor, porque los tres pasos anteriores nos han permitido conocernos mejor y realizar una gran introspección. Si bien hay cosas ajenas fuera totalmente de nuestro control, nos hemos podido dar cuenta de la importancia de nuestra libertad en la forma en la cual nosotros respondemos ante los estímulos.
Es así y sólo así gradualmente la forma en la cual podemos llegar al cuarto paso, un verdadero ejercicio de madurez. Con el cuarto paso entendido, podemos por fin liberarme del influjo o poder negativo del otro y de la energía negativa emanada de la ofensa, injuria o acción.
Por fin seré libre, ya podré sacar la piedra de mi zapato, la tortura desaparecerá, todo lo arrastrado por tantos años. Así me desvinculo del otro, dejo ser al otro como es, pero también yo me acepto como soy y puedo avanzar. Si bien no iré corriendo al encuentro de quien me ha lastimado, al menos, yo ya no lo vengo cargando, lo suelto, para llegar a abrazarlo necesitaré tiempo y voluntad, pero al menos yo ya soy libre.
El perdón, por tanto, recubrirá todo mi ser, me invadirá y me brindará ese poder para crecer y madurar. Si bien las causas o motivos para perdonar no desaparecerán, pero al menos podemos cortarle el filo al cuchillo, el odio a las palabras, el dolor al corazón, lo mortal de las balas.
El liberarme del poder del otro, me permite ser libre, asumir mi identidad sin temor y vivir de cara a los demás, pero también a Dios. Me permite ser totalmente yo, abriendo el corazón al otro sin temor de ser lastimado o sin segundas intensiones. El poder del perdón, finalmente me lleva construir mi libertad plena, porque le quito al otro su capacidad de influir en mí.

domingo, 24 de marzo de 2013

Amor, plenitud y misericordia

Llegamos a la Semana Mayor, arrancamos la Semana Santa con el Domingo de Ramos (Lc 22, 14 – 23, 56).
Por la extensión de la Pasión proclamada hoy, no la agregamos a nuestro comentario sobre el Evangelio.
Durante la Cuaresma nos hemos preparado para vivir estos momentos, el Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa, pero no el fin de la Cuaresma, tenemos unos días para prepararnos y la mejor forma es en este domingo levantar nuestros ramos para aclamar a Jesús como nuestro Rey.
La liturgia de hoy nos permite adentrarnos en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, porque si bien hoy era aclamado como rey, el viernes será clavado como vulgar criminal, pero el domingo resucitará triunfante.
No perdamos lo importante de la celebración por el ritualismo o por la costumbre, si bien cada año lo recordamos, cada año debe ser una renovación interna la cual nos permita avanzar en nuestro proceso de conversión. Y por otro lado, revitalizar nuestra actitud de gratitud a Dios, porque se pagó un precio muy alto por recuperar nuestra dignidad.
Valoremos y meditemos las palabras de Cristo, desde el momento en el cual nos dice, cuánto ha deseado celebrar la Pascua, pero esa sería la última y definitiva. El paso del Señor sería el zenit de nuestra salvación, el culmen de la misión del Redentor en el mundo. Las palabras de Jesús no pueden ser meditadas a la liguera o sin un sentido de trascendencia.
Reflexionemos una y otra vez en esta semana la Pasión de Cristo según Lucas y vivamos el contenido de cada palabra. La cual podemos sintetizar en Amor, Plenitud y Misericordia.
Amor, porque desde el momento de la Inmaculada Concepción, Jesús abrazó el proyecto de cruz, con un Amor total, absoluto, incondicional, pero sobre todo gratuito. Eso último es lo más costoso de entender, la gratuidad del Amor de Dios, porque no nos pide nada a cambio, no espera nada de nosotros, nos ha dado la libertad. Si nos preguntamos aquello más esperado de Dios, la respuesta sería todo, pero si le hacemos esa pregunta a Dios, Él nos respondería nada.
Plenitud, el proyecto de Dios, necesariamente nos lleva a vivir de la misma forma mostrada por su Hijo, en una experiencia demandante pero al final llena de una felicidad total. Cuando abrazamos ese proyecto, el único destino es la plenitud. Jesús no limitó o acotó nada de la misión, la tomó por entera, incluso lleva la cruz con una gran dignidad. Como ha mencionado el Papa Francisco, así nunca podremos estar tristes.
Y por último, la misericordia. Fue tanto el amor de Dios por nosotros para enviarnos a su Hijo, en la plenitud de los tiempos, para demostrarnos su infinita paciencia, para decirnos como lo vimos a lo largo de los Domingos de Cuaresma, está esperando con los brazos abiertos y no se cansa de perdonarnos. La muestra es Cristo clavado en la cruz, con esos brazos abiertos, gritando el “todo está cumplido”. La salvación del género humano debía pasar por la cruz, para así morir a nosotros mismos y resucitar con Él.
Meditemos una y otra vez las palabras de Cristo, porque en ellas encontraremos el camino para la conversión, las cuales en este pasaje se sintetizan en Amor, plenitud y misericordia.
 

jueves, 21 de marzo de 2013

Tercer paso

Retomamos nuestra serie sobre el perdón, hemos avanzado poco a poco para descubrir la fuerza liberadora fruto del perdón. Ya abordamos cuestiones internas, los primeros pasos, requerían un esfuerzo por nuestra parte, ahora viene una cuestión un tanto cuanto complicada.
El tercer paso necesita un verdadero ejercicio de madurez, autoconocimiento, pero también, honestidad. El tercer paso, poner en su justa dimensión lo ocurrido, esto es, no “echar de la cosecha”, no aumentar detalles, analizar lo sucedido en su correcta proporción.
Es un proceso muy complicado porque el hombre lleva dentro de sí una carga ideológica enorme, forma de ser, concepción y percepción de la vida, lo cual integra al hombre. Ello lo condiciona a ser de determinada forma y lo cual establece la forma en la cual percibe la realidad, o mejor dicho, parte de ella; pero también cómo reaccionamos y nos enfrentamos a la vida.
Ello hace ver la injuria o la ofensa en una dimensión totalmente tergiversada y obviamente, cargada a nuestro favor. Cuando aprendemos a poner las cosas en su apropiada dimensión, somos capaces de elaborar un verdadero juicio de valor imparcial, el cual nos permite más fácilmente comprender el meollo del asunto y así, actuar en consecuencia.
Hago a un lado mi hipersensibilidad, mi ego herido y es cuando aprendo a no permitir perder mi paz interior por una situación, por una injuria u ofensa, la cual incluso puede ser una nimiedad o tontería.
El reto como hemos visto va cada vez en aumento, pero vale la pena aprender a vivir conociendo y dominando la poderosa fuerza del perdón.

lunes, 18 de marzo de 2013

Atrévete…

En nuestro caminar cuaresmal, llegamos al V Domingo de Cuaresma (Jn 8, 1 – 11), un día de retraso de nuestra entrega. Jesús nos lanza un reto, quién será capaz de atreverse.
“Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".
Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante"”.
Hemos insistido en el sentido misericordioso de la Cuaresma en el presente Ciclo, cada domingo, Jesús nos ha mostrado el inmenso amor de Dios para con nosotros, pero no sólo eso, sino su infinita paciencia. En palabras del Papa Francisco, “Dios no se cansa de perdonarnos, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón”.
Eso fue en un primer momento, el aceptar esa gratuidad de Dios, pero lo más fuerte, darnos cuenta de una realidad, cuando Cristo estaba clavado en la cruz lo hizo con los brazos bien abiertos para recibirnos, para ofrecernos su amor total, incondicional y eterno.
Ahora, el reto, si hemos sido beneficiados personalmente con la misericordia de Dios, nosotros debemos serlo con nuestros semejantes, con quienes nos rodean. No podemos hacer juicios temerarios, porque cuando lo hacemos y señalamos y apuntamos con nuestro dedo, cuatro vienen de regreso.
El Evangelio de la mujer adúltera, revela muchas actitudes interiores propias de hombres quienes no ha entrado el Amor a su corazón. Todos los presentes les andaba por dilapidar a una mujer quien por diversas circunstancias había llevado una vida disoluta, ese no es meollo, el punto es el porqué el sentido de superioridad al buscar juzgar e impartir justicia. Siendo la realidad otra, no somos ni jueces ni impartidores de justicia, sólo Dios.
Todos con una piedra en la mano, listos para aventarla a quien a nuestro juicio merece ser dilapidado. Hemos mejorado la puntería y estamos listos, todo el tiempo vamos con nuestra actitud farisaica esperando a quien señalar, a quien corregir y a quien apedrear. Nuestra soberbia nos impide entrar en contacto con la misericordia.
Pero llega quien es capaz de juzgar, su reacción un tanto cuanto curiosa, dice a pregunta expresa, quien esté libre de pecado, aviente la primera piedra. Los más ancianos, con la sabiduría propia de los años, corona del justo, son quienes dejan inmediatamente las piedras.
Atrévete a dejar las piedras acumuladas por el camino, atrévete a cambiar, olvida rencores, deudas y ofensas. El mayor poder del hombre es el perdón. Atrévete a arrojar ese lastre y avanzar con gran agilidad por el peregrinaje de la vida, basta con querer y con intentarlo.
El reto es grande, pero comienza dando el primer paso, atrévete.

lunes, 11 de marzo de 2013

Será un reto

En unas horas comenzará el conclave para buscar a quien será el sucesor de Pedro, inmediato de Benedicto XVI, si bien deja unos zapatos enormes, será un reto escuchar al Espíritu Santo en medio de la tormenta en la cual vivimos como la Iglesia Católica.
Los llamados “príncipes” de la Iglesia, deben escuchar en lo más profundo de su ser la tenue voz del Espíritu Santo y así, elegir a quien dirigirá los destinos de nosotros los católicos, porque es proyecto de Dios, es su Iglesia y Él es quien al final, debe mover las fichas del ajedrez.
Será un reto para los hombres, pero no para Dios, porque Él ya ha hecho una elección. Para los hombres, todo parece confuso, sin una unidad visible, pero Él se encargará de dar las pautas para nombrar a quien será su Vicario.
De verdad, el próximo conclave, se presenta como una oportunidad inmensa para ver la mano de Dios en su Iglesia, porque ahora pudiera parecer confuso y oscuro para los hombres, pero no para quienes tenemos fe, quienes comprendemos el hecho de ser parte de la Iglesia, pero también sabemos quién es el verdadero dueño.
Ahora pudiera parecer una situación de orfandad, estamos sin ovejas sin pastor, pero Dios no nos deja, ya ha marcado a un hombre, ya ha escrito quién será su presencia en la tierra para así sea un pastor y nos lleve, guíe y oriente.
No olivemos, es proyecto de Dios y sólo Él sabrá quién saldrá en el balcón como sucesor de Pedro, Vicario de Cristo.

Mañana empieza...


domingo, 10 de marzo de 2013

Él es más…

IV Domingo de Cuaresma o Laetare (Lc 15, 1 – 3. 11 – 32), en preparación para la gran celebración de la Pascua, Dios no se cansa de mostrar y de demostrar a través de su Hijo, su inmensa misericordia. Él es más grande y misericordioso superior a nuestra capacidad de entendimiento.
“Todos  los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. Él le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'”.
Comenzamos la segunda parte de la Cuaresma, el Domingo de Laetare, nos da una oportunidad para retomar las fuerzas y no perder el sentido de la Cuaresma, el vivir con un espíritu de gratitud por la misericordia de Dios, porque por su Hijo nos otorgó la dignidad de ser hijos de Dios, pero también nos da entrada en su Reino por su misericordia.
Como hemos comentado en entregas anteriores, la Cuaresma en este ciclo, busca hacer énfasis en la misericordia de Dios. Es tan grande y gloriosa, fuera de todo entendimiento humano o capacidad de expresarla o experimentarla.
En este domingo, tenemos la oportunidad de volver a meditar sobre la parábola del hijo pródigo, a la cual en lo personal, me gustaría llamarle el padre providente, porque si bien el hijo reconoce su error y busca regresar, el padre se olvida de todo y lo recibe con los brazos abiertos.
Los hombres no somos capaces de valorar muchas cosas, las circunstancias e incluso los pequeños detalles. Buscamos siempre el ir a más, esperamos o deseamos más, pero de una forma codiciosa, no por superarnos o por aspirar a una mejor situación. Ahí es cuando comenzamos a perdernos, a cambiar a un rumbo equivocado y la soberbia se apodera de nosotros.
En nuestra vida se nos hace muy sencillo tomar decisiones equivocadas, porque según pensamos, estamos en búsqueda de un bien mayor, pero la realidad es otra. Ponemos precio a nuestra integridad, nos vendemos por un puesto, por una posición y sin querer perdemos nuestra alma poco a poco.
Nos vamos forjando la equivocada imagen de nosotros mismos, sin Dios, pensamos somos muy ca…, pero en verdad no es así, Él es más. Dejamos sin lugar a Dios y dentro de nosotros, tenemos una gran orfandad, un inmenso sin sentido y una soledad infinita.
Cuando en nuestra vida llegamos o tocamos el fondo contemplamos nuestro verdadero yo. Incluso nos avergonzamos de vernos al espejo y observar el reflejo, ya no somos capaces de encontrar al niño que una vez veíamos y nos enorgullecíamos, lo hemos perdido, no podemos vernos a los ojos. La conciencia nos carcome y vemos quien en verdad elegimos ser.
A la vista de los hombres, somos escoria, pero a los ojos de Dios, somos únicos, somos sus hijos predilectos, muy amados y preciados. Tantos hermanos mayores aparecen en nuestra vida señalando nuestra vida pasada, nuestros errores y sin tener el más mínimo rastro de misericordia, realizan juicios temerarios, no son capaces de abrir su corazón, porque les parece más cómoda la posición de acusar y apuntar.
Pero Él es más… Es quien rompe con nuestro pasado, quien no le interesa cuánto lodo hay en nuestra alma, cuánta mugre y cuántas heridas. Sólo le importa el presente y nuestro futuro, porque una vez rescatados, su misericordia es capaz de sanarnos, de transformarnos y recuperar nuestra libertad.
Es momento de buscar ayuda para salir del lodo, de confiar en quien es capaz de sanarnos de regresarnos nuestra libertad y así abrazar a ese Padre amoroso quien no se cansa de esperar nuestro regreso.

lunes, 4 de marzo de 2013

Segundo paso

Seguimos en nuestra serie sobre los pasos del perdón, en la anterior entrega comentábamos el primero, el cual me lleva a aceptar mi dolor; una vez hecho ello, soy capaz de transformar ese dolor en fuerza vital.
El segundo paso, necesariamente requiero y es fundamental, el poner o establecer una distancia sana o saludable, del hecho por el cual estoy dolido. Si recordamos el primer paso, toda esa fuerza vital, debo utilizarla para separarme de lo cual es fuente de mi dolor.
Quito en términos coloquiales al verdugo el cual se esconde en mi interior y sigue ocasionando el daño una y otra vez. Cuando estoy reviviendo el hecho, es imposible perdonar por más intentos realizados, porque la herida no cierra.
La fuerza vital será capaz de transformar ese verdugo en un médico, el cual será capaz de sanar esa herida. Así soy capaz de recuperar la paz interior perdida, porque también aprendo a verme con misericordia, así el perdón, aun no siendo inmediato, puede fluir más fácilmente y así puedo sanar.
El poner una sana distancia, me permitirá también vivir más libremente, porque no dejo someterme por el influjo negativo de aquello nefasto para mí. Incluso se convierte en una oportunidad de crecimiento y madurez.
Muchas veces, las crisis son la mejor oportunidad para avanzar, porque me mueven de mi nivel de confort y me obligan a sacar lo mejor de mí. Con el tiempo, ya es muy natural el guardar siempre una sana distancia entre aquellas cosas las cuales me pudieran afectar.
Si bien, no puedo tener el control de muchas cosas en mí alrededor, sí tengo el control de la forma en la cual reacciono, de ello parte mi libertad. Cuando cobro consciencia de ello, comprendo sobre la importancia de no permitir perder mi paz interior.
Por tanto, ahora soy capaz de comprender la fuerza transformadora del perdón, el cual me lleva a dar lo mejor de mí mismo, porque desprendo una energía inmensa, porque experimento o toco la misericordia de la cual yo mismo he sido beneficiado una y mil veces.
Segundo paso, no lo olvidemos, poner una sana distancia frente a lo cual me ha hecho daño. Así no pierdo mi paz interior y puedo transformar esa energía negativa en un agente de cambio en lo más íntimo de mi ser.

domingo, 3 de marzo de 2013

Su paciencia es infinita

La Cuaresma se está yendo de una forma veloz, ojalá tengamos oportunidad de aprovecharla como es debido. En el III Domingo de Cuaresma (Lc 13, 1 – 9), aprendemos de Dios y descubrimos una realidad, su paciencia es infinita.
“En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera". Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'. Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás””.
El Ciclo C de la presente Cuaresma, tiene un énfasis especial en la misericordia de Dios. Domingo tras domingo nos va presentando muestras de ella, pero en especial de su infinito amor, el cual se traduce en acciones concretas.
Los hombres, gozamos de juzgar a los otros y hacemos una serie de juicios temerarios sin si quiera comprender o buscar el fondo de las cosas, al menos tratar de ser empáticos, condenamos porque a nuestro parecer se obra de forma equivocada. Nos queremos adueñar del parámetro de lo incorrecto o correcto de las situaciones, cosas o conductas.
Jesucristo no busca jueces, porque para eso Él vendrá, su objetivo en nosotros es lograr una experiencia tan fuerte de Él, para lograr así nuestra conversión. Cuando tenemos esa actitud de vivir con un espíritu de conversión, nuestra vida cambiará radicalmente, porque nos liberamos de falsos espejismos los cuales esclavizan nuestro ser.
San Agustín, nos invitaba a vivir esa conversión de acuerdo a una pregunta, ¿cuál aspecto de mi vida, quedará para la vida eterna? Si atendemos la parábola con la cual Jesús explicaba la misericordia de Dios, deberemos comprender en un sentido de una humildad total, la realidad de nuestra vida, es uno quien siembra en nuestra vida, pero es otro quien recoge los frutos.
Si Jesús tuviera nuestros criterios, ya nos habría exterminado como buscaban hacerlo con la higuera, porque no damos frutos, porque estamos de ornato, no aprendemos a abrirnos a los otros. Su paciencia es infinita, porque está dispuesto a esperar a nuestros frutos, porque sabe del tiempo, cada uno tenemos nuestro tiempo de volver a Él, nos cuida, orienta, siempre nos llevará por donde su gracia nos vaya guiando para así regresar a Él.
Busquemos aprender en esta Cuaresma sobre el tiempo de la conversión. Respetar el nuestro, pero también el de otros.