domingo, 30 de diciembre de 2012

La Sagrada Familia

Hoy celebramos dentro de la Octava de Navidad, la Sagrada Familia (Lc 2, 41 – 52), momento para reflexionar al interior de las nuestras.
“Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”.
La familia es el primer núcleo de pertenecía del hombre, es su punto de referencia para muchas cosas, su fortaleza, pero también, la familia es la primera escuela de la vida. Somos reflejo de nuestra propia familia. Qué sabiduría de la Liturgia de incluir en la Octava de Navidad, la fiesta de la Sagrada Familia.
Si bien es cierto, se hablan cosas hermosas de la familia, hay una realidad, no es perfecta. No con esto es para desalentarnos, si no al contrario, porque son grandes espacios para madurar, para crecer, pero sólo se puede construir si se rompen los falsos paradigmas de la familia perfecta, no las hay. Sólo la Sagrada Familia lo fue.
Pero es motivo de alegría, porque como en todo, hay momentos de alegría, de tristeza, de enojo, de frustración, pero lo importante es el amor reinante en ella, manifestado de alguna u otra forma. Hoy la fiesta nos viene a recordar, perfecta sólo la Sagrada Familia y todas las familias católicas, son reflejo de ella, pero no copia, entonces, debemos cobrar conciencia de la importancia de construirla a cada momento.
Por supuesto, se encuentran retos, pero no puedes exigir nada de lo cual no estés dispuesto a dar. Tu reclamo es reflejo de tu carencia. Y si hay un planteamiento constante, por no decir reclamo, date cuenta si no eres tú quien está en el error.
Si quieres o queremos ser reflejo de la Sagrada Familia, hay elementos a tomar en cuenta, en primer lugar las virtudes, amor como punto de partida. La justicia, paciencia, templanza y prudencia, para llevar relaciones sanas. Nadie es igual a otro y no puedes esperar una reacción como sería la propia, es una idiotez, porque el único quien sufrirá serás tú.
La familia siempre es un reto por construir, requiere perseverancia, pero también la participación de todos. Un elemento fundamental para la existencia de una es la libertad, nunca la exigencia y segundas intensiones. El diálogo y no monólogos deben privilegiarse, porque cuidado, si demandas comunicación, es en ambos bandos y debes ser maduro para aceptar aquello no tan grato. Y más que el diálogo son obras.
Así pues, la familia es un reto, es una gran oportunidad para crecer, no existe la perfección, pero ante todo ello, el amor está por encima de todo, porque es proyecto de Dios y sin este, no hay nada.
Pidamos por todas las familias para que la Sagrada Familia viva y reine en los corazones de todos los miembros.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Amar sirviendo

Llegamos al Cuarto Domingo de Adviento (Lc 1, 39 – 45), a horas de celebrar el Gran Misterio de la Navidad, María nos da las últimas recomendaciones para vivir el Adviento.
“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
La liturgia nos ha permitido ir preparando nuestro camino y nuestro corazón para el gran misterio de la Navidad, María nos da siempre la pauta para poder siempre alcanzar a su Hijo. María necesariamente nos lleva a Cristo.
El pasaje del Evangelio nos da un claro ejemplo de cómo debemos expresar nuestro amor al prójimo, y eso se manifiesta sirviendo, es decir, amar sirviendo. María bien podía disculparse de no ir para atender a su prima, pero fue la primera en ponerse “sin demora” a cuidar de Isabel, seguramente, se quedó hasta el nacimiento de Juan.
Amar sirviendo en nuestros días se presenta como una excelente oportunidad de hacer presente a Cristo en medio de los todos a quienes nos rodean. Cada vez es menos quienes buscan estar a disposición de los demás.
En reuniones, en diversas ocasiones y circunstancias siempre se ve a una persona llena de Cristo, porque es la más dispuesta, acomedida y dispuesta a colaborar porque es una persona quien busca amar sirviendo, en la mayoría de las ocasiones, su única recompensa es la satisfacción de la labor bien realizada.
María nos va ayudando a descubrir el camino para encontrarnos con su Hijo, si bien, el Adviento encontramos personajes, María es uno o el central, porque en ella vemos una actitud propia de quien espera, quien lo hace es porque tiene fe.
Amar sirviendo es una excelente forma de ser misionero, de anunciar en quien creemos, porque así lo hizo Dios, “tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo”. Entonces es una gran oportunidad, no podemos desperdiciarla.
El Adviento nos invita a buscar el camino a la reconciliación, a buscar el encuentro con Cristo, ¿qué es lo que quiero en esta Navidad? Recordemos el ejemplo de María y José, sencillos y humildes que tuvieron que recorrer la distancia de Nazareth a Belem para que el Hijo del Hombre pudiera nacer. María siempre dispuesta, siempre presta, no sabía lo que iba a suceder, pero ella no dudó, no retrocedió, por el contrarío, en María encontramos la figura del “fiat”, del hágase.
Cuando el arcángel le anunció a María que iba a ser la Madre de Jesús no le cuestionó ¿y yo porqué? Por el contrarío, hágase. María ejemplo de esperanza en Dios no dudó al marcharse en el estado en el que estaba al realizar el recorrido a Belem para dar a luz, porque sabía que eran los designios de Dios.
Su Santidad el Papa Benedicto nos regaló su Encíclica “Spe Salvi” y tomando un fragmento: “La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo?... Jesucristo”. Nos recuerda que especialmente en este Adviento, debemos ir como José y María de Nazareth a Belem a un lugar pobre, sencillo y humilde para que nazca Jesucristo.
Por tanto nuestra vida, nuestro caminar debe orientarse a esta meta, a ese rumbo, partir del hombre viejo, Nazareth y llegar al hombre nuevo, que va en busca de su conversión permanente, esforzándose cada día por ser mejor, por ser de los discípulos seguidores de Jesús y llegar a su Belén personal, con un corazón pobre, sencillo y humilde para ofrecer a Jesucristo.
Que María con su ejemplo de esperanza y José con su ejemplo de fe, vayan en nuestro caminar personal, recorriendo en este nuevo Ciclo Litúrgico que ha comenzado, en esta partida de Nazareth a Belem.

jueves, 20 de diciembre de 2012

La justicia parte de uno

Las palabras de Jesús en las bienaventuranzas reflejan el sentido del mundo moderno, porque hablan de la realidad, del acontecer, pero lo más importante, llegan al anhelo más profundo del ser humano, el ser feliz. La cuarta bienaventuranza: “bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”.
Hoy el sentido de justicia se ha tergiversado, se ha perdido la esencia del concepto, porque vemos cada vez más una serie injusticias, las cuales gritan a lo más profundo der ser. La palabra ha perdido su valor, para dar paso sólo a lo legal, a lo jurídico, como única fuente de certeza. Se cometen errores, se buscan culpables, pero no se busca aprender de ellos o responsabilizarse. Se percibe un sentimiento de impotencia frente a la posibilidad de auxiliar a los débiles y desprotegidos.
El ser humano busca la verdadera justicia, donde exista la equidad, porque donde existe la justicia, puede vivirse en paz. Jesús cuestiona a cada uno sobre la forma en la cual se imparte justicia, desde los poderosos hasta los más sencillos. Para los judíos el ser justo es quien vive de acuerdo a la voluntad de Dios, para los griegos, la justicia abre las otras tres virtudes cardinales.
Es por ello la importancia de comprender sobre el origen de la justicia, porque primero debo hacerme justicia a mí mismo para poder vivir de un modo justo y recto, así es cuando puedo ser justo con los demás.
Platón en su análisis de las virtudes, define a la justicia como la virtud según la cual cada uno hace lo que le corresponde hacer según su esencia, como ser humano y en el papel dentro de la sociedad.
Entonces podemos afirmar, la justicia parte de uno, porque afirma el hecho de comprender la necesidad de cobrar conciencia del presente, de tus acciones, de hacer tu labor, por eso Jesús les dirá bienaventurados a quien tiene la sensibilidad de lo correcto en cada momento y circunstancia de la vida.
Dios actúa sin un porqué, el justo obrará igual a su Creador, sin un porqué, debido a que busca hacer la voluntad de Dios, confía en Él, en su providencia, más que en sí mismo. Dios lo lleva a la paz de saberse justo en su obrar.
El primer paso para llegar a esta meta es, ser justos con nosotros mismos, con quien somos. Lo siguiente se dará casi por añadidura, ser justos con los demás. El ya aspirar a la justicia nos hace felices, porque tenemos la certeza del combate justo y por un noble ideal.
Y llegará el momento, sin darnos cuenta, cuando Dios nos sacie por esa continua búsqueda de aspirar a la justicia.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

La mansedumbre parte de nosotros mismos

Seguimos en nuestra serie para descubrir el verdadero camino a la felicidad, las bienaventuranzas nos llevan a ello, pero es largo trecho, en muchas ocasiones doloroso, pero al final del día, la recompensa será grande, la felicidad plena. Hoy tocaremos la tercera: “bienaventurados los mansos, porque poseerán en herencia la tierra”.
Vivimos en una sociedad cada vez más agresiva, más competitiva, nos encontramos a seres autómatas quienes olvidan la bondad o incluso la amabilidad. En medio de esta sociedad se vive una falacia, mientras más se pasa por encima del otro más éxito se tiene.
La violencia ha avanzado a pasos agigantados, nos enfrentamos a amenazas desconocidas e imprevistas. Esa violencia quiere hacernos rehenes y esa violencia sólo genera más, para convertirse en un círculo vicioso.
En este mundo las palabras de Jesús pudieran parecer fuera de sintonía, pero es justo lo contrario. El hombre está deseoso de vivir un mundo mejor, donde no tenga como arma la agresividad o la violencia, donde puedan experimentar la mansedumbre y la amabilidad de las personas, pero más profundo, el amor.
Jesús nos demuestra nuevamente su valentía, porque requiere valor para hablar en estos días del amor, de la mansedumbre, de la amabilidad, porque de ahí partimos para cambiar al mundo. Pero no caigamos en la tentación de pensar sobre lo sencillo de adquirir la mansedumbre, porque esta es una virtud, la cual debe adquirirse con el paso del tiempo a través de mucho esfuerzo.
Analicemos el proceso, en ocasiones la violencia no es exterior, si no interior, ello se refleja en nuestra dureza de juicio hacia nosotros, eso se expresa en los juicios severos y temerarios realizados hacia los otros. Otros rasgos son la baja autoestima, el menosprecio hacia nosotros mismos, los propios reproches o castigos, todo ello lleva a la autodestrucción.
La mansedumbre parte de nosotros mismos, porque si no somos capaces de vernos con amor, entonces no podremos transformarnos y menos aspirar estar abiertos al prójimo.
En estos casos es necesario confrontarme y buscar sanar heridas profundas, las cuales generan esa agresividad, ansiedad, desesperación o violencia. Debo asumir mi vida como soy y dejarme de atormentar por cosas hechas o imposibles de cambiar. Al entrar en diálogo conmigo mismo puedo darme cuenta que tengo derecho a ser como soy. Así soy capaz de entrar en diálogo con el otro y quito mi ideal de una falsa perfección.
De ahí brota la mansedumbre, porque si hemos experimentado en nosotros la mansedumbre de Jesús hacia nosotros, nuestra vida y quien somos, entonces, podremos mirar la vida con dulzura.
La felicidad de esta bienaventuranza le corresponde una promesa curiosa “poseerán en herencia la tierra”, si me trato bien, me respeto, mis posibilidades se abren, tengo nuevos horizontes, adquiero un vasto terreno a mis pies.

lunes, 17 de diciembre de 2012

El duelo transformador

Seguimos en nuestra serie, ya propiamente desarrollando cada una de las bienaventuranzas, en la presente entrega tocaremos un tema polémico, pero el cual es muy sensible para los hombres, el sufrimiento y dolor: “bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”.
El ritmo el cual el mundo busca imponernos ha generado a los hombres una sensación de insatisfacción. El hombre tiene la ilusión de poder conseguirlo todo y conforme abarcan algo, descuidan otra cosa. Ello crea frustración porque el hombre se descubre limitado, como dicen los sabios, “no se puede tener todo en la vida”; amor o carrera, éxito o tiempo, en fin.
Lo más doloroso es cuando nos descubrimos limitados, porque no podemos conseguir ser quienes queríamos ser y lo que podíamos ser. Kierkegaard tiene una frase para explicar lo anterior “doliente saluda el que soy al que podría ser”.
Pero aquí encontramos una realidad en el mundo moderno, no hay espacio para los dolientes, para quienes sienten tristeza, por ello, se sienten fuera de la sociedad porque tienen la errónea idea de un falso deber de no mostrar sus sentimientos.
El sufrimiento, el dolor y la tristeza llegan por muchos motivos, pero el problema del siglo XXI es el hecho de reconocer el hecho de no vivir la vida, ello genera una desesperanza, porque la vida se está desperdiciando. Esas personas no están en contacto consigo mismas, están perdidas y no soportan ese dolor.
Así, aspiramos una vida donde podamos confrontar la realidad sin encubrirla, llegar a la plenitud y ser feliz en la condición presente, pero se requiere necesariamente de un duelo. Pero muchas veces no se sabe por dónde comenzar o cómo hacerlo.
He ahí la promesa de Jesús frente a este reto, no tengas miedo de experimentar el duelo, porque así descubrimos nuestra riqueza interior y nuestras potencialidades. El duelo conduce a la apertura de nuevas experiencias y añade a las relaciones nuevas dimensiones.
El duelo nos permite poder renunciar a falsas esperanzas, yugos, imposiciones externas e internas, para confrontarme con la realidad y conmigo mismo. Por eso Jesús llama bienaventurados a quienes están dispuestos a vivir el duelo, a elaborarlo, a construirlo, pero lo más importante, a transitarlo para salir de él con la certeza de poder ser verdaderamente felices. Por ello el duelo es transformador, es plenificador.
No olvidemos una realidad, el duelo no quita o evita el dolor, la tristeza o el sufrimiento, pero es camino para retomar el camino y ser felices. Muchas veces en nuestra vida, debemos tomar decisiones y es fundamental asumir una realidad, por cada decisión, hay una renuncia. Por ello es importante estar dispuestos a comprender el duelo como posibilidad de transformación, para desprendernos de aquello innecesario, banal, lo cual nos priva de ser felices.
El sufrimiento, el dolor y la tristeza también nos permiten descubrir la verdadera felicidad. Porque cuando aprendemos el verdadero valor del duelo es cuando maduramos y crecemos.
Jesús nos permite descubrir la certeza de su amor, si bien nos dice, “bienaventurados que lloran”, viene la muestra concreta, “porque serán consolados”. Ese consuelo viene de aprender a transformar nuestro dolor a través del duelo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

¡Gaudete!

El Adviento se va como agua, llegamos al Tercer Domingo de Adviento o de Gaudete (Lc 3, 10 – 18).
“La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?". El les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".
Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?". El les respondió: "No exijan más de lo estipulado".
A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia”.
Llevamos recorrido casi todo el Adviento, ha servido para purificarnos para estar abiertos al gran misterio del nacimiento de Cristo, caminamos para el perdón, luego la conversión y ahora buscamos dar testimonio.
El Adviento nos lleva ahora a preguntarnos, ¿qué debemos hacer? ¿Cómo acercarnos más para vivir el misterio de Cristo? Juan el Bautista da la respuesta, comparte, ve al encuentro del otro, aprende a ser sensible y a las necesidades del prójimo.
Entonces, una forma de dar, es el testimonio, porque somos destinatarios del amor de Dios sin merecerlo, es por lo cual, debemos dar razones de nuestra esperanza a quien no las tiene, amor a quien lo necesita y en ocasiones, no necesitamos ir fuera, debemos comenzar en nuestro corazón para de ahí darlo a los demás.
Si bien hoy celebramos el Domingo de Gaudete, es momento de recordar el gozo de esperar la venida del Señor, de saber en quien confiamos y no perder de vista una realidad, Dios es fiel.
Caminemos por tanto con gozo, alegría y esperanza el sendero a Belén, para adorar al Niño Jesús.
¡Ven Señor, no tardes!

viernes, 14 de diciembre de 2012

Música interior

Continuando con nuestra serie de las bienaventuranzas, tocaremos la primera, con la cual Jesús abre su “sermón de la Montaña”: “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
La primera bienaventuranza parece ir contrario al mundo moderno, porque hoy la cultura es el poseer y tener, para dejar de ser. La valía de las personas estaría sustentada en su status, prestigio, en sus pertenencias, en pocas palabras, el hombre busca tenerlo todo bajo su dominio. Por otro lado, en el mundo se percibe una desigualdad en la repartición de la riqueza y un descontento generalizado, hay más pobres en el mundo.
Ante todo ello, el hombre está sediento de una verdadera sabiduría la cual le oriente para encontrar el camino a la felicidad y por tanto a la libertad. Partamos de una premisa de San Pablo, poseer como si no poseyéramos y así poder vivir en la abundancia como en la escasez.
Así descubrimos una nueva dimensión, la cual brota de la propia persona, el ser humano toca lo más profundo para entrar en contacto con su dignidad. Jesús será capaz de responder a ello con la primera bienaventuranza, porque los pobres son los primeros capaces de entrar en el reino de Dios, porque están abiertos a su misterio, confían en la promesa de Dios, quien es fiel.
Esa conciencia permite vivir en libertad, porque no dependo de nada, ni de riqueza, posesiones, cosas e incluso personas. Pero también estoy abierto a la sorpresa de Dios.
De la pobreza podemos distinguir tres dimensiones, la pobreza de quien no quiere nada, de quien no sabe nada y de quien no tiene nada. El pobre quien no quiere nada, siempre tiene una actitud desinteresada, busca hacer el bien y es feliz porque no tiene dobles intensiones u ocultas.
La segunda dimensión para abordar, es quien no sabe nada. Es un hombre quien comprende sus limitaciones frente a los proyectos de Dios, los abraza y se arroja a ellos confiando en la fidelidad y promesa de Dios. Ahí encuentra la felicidad y libertad, porque va descubriendo los signos de Dios en su vida, no los quiere explicar, pero sí los agradece.
Quien no tiene nada, tiene la certeza del préstamo de las cosas, es decir, todo ha sido prestado y es don de Dios, no posee nada. Incluso las personas amadas no son propias, porque son libres y cuando las dejo y respeto su libertad, es donde demuestro mi verdadero amor. Más aún, ni siquiera puedo poseer a Dios, porque cuando pretendo hacerlo, creo un ídolo y deja de ser Dios.
La primera bienaventuranza nos indica un camino verdadero y seguro a la libertad y a la felicidad. Es una promesa para quienes se sienten desalentados, impotentes, desesperados, aquellos quienes necesitan una música interior para seguir adelante y encontrar el camino cierto. Cristo quiere restituirnos nuestra dignidad y así retomar las riendas de la vida.
Cada bienaventuranza tiene dos partes, primero la razón por la cual ser bienaventurados, la segunda es la promesa de Cristo. En nuestro caso, es “porque de ellos es el reino de los cielos”.
Ahí descubrimos el Señorío de Dios, quien nos promete su reino, su gozo y su felicidad, pero lo más importante la libertad. Por eso es importante aprender a estar en el momento, de forma desinteresada y ser agradecidos. Ahí está la clave de la verdadera felicidad.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Efímero

Una de las palabras más fuertes de nuestro lenguaje es “efímero”, viene del griego φήμερος, donde efímeros significa, dura un día; epi alrededor y hemara día. Por tanto, lo acontecido en un día y no sobrepasa una unidad temporal. Lo rápido, lo fugaz.
Hoy quisiera referirme a las cosas efímeras de nuestra vida, si bien no duran un día, son breves, casi consideradas dentro de la definición anterior. Hay personas quienes pasan en tu vida, a diario, pero son pocas quienes dejarán huella en ti, esos son tus verdaderos amigos.
De quienes se convierten en personas efímeras, puedes aprender, obtener lo bueno, atesorar esos breves instantes, pero no más. No guardes enojos o rencores, sino vive agradecido por la oportunidad de conocerles. Serán tan fugases como agua de río en tus manos, es un error querer detenerla, impedir su cauce, mejor permítele fluir, porque impiden el arribo de agua fresca.
Hay quienes dejan una huella tan profunda, pero de forma distinta de una amistad, se convierten por un instante en “La” persona. En la vida podemos pasarnos enamorándonos, muchas veces creemos encontrar a quien se convertirá en nuestra alma gemela, en cómplice, en quien será sujeto de nuestro amor y por tanto de una entrega libre.
Si bien es imposible controlar nuestro enamoramiento, sí podemos y debemos decir en un acto libérrimo a quien amar. En ocasiones, el enamoramiento es tan efímero porque no se dio la oportunidad de trascender, alguna de las partes o ambas no estuvieron dispuestos a luchar, pero entonces, ¿qué hacer?
La respuesta es nada, porque no se puede violentar la libertad de la otra persona, aún quedándote con el corazón en la mano, no basta para quien no quiere recibirlo, para quien no se atreve a ser feliz, quien no da un paso adelante; para quien busca vivir de sombras y recuerdos.
La solución es similar a la anterior, dejarlos ir, respetar su libertad. Cumplir el viejo dicho popular, si es amor, déjalo ir, si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue. Si nunca lo fue, como el agua, agradece todo lo bueno, los momentos dichosos, pero agradece a Dios por la persona en tu vida de quien te permitió enamorarte aunque fuera efímero.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La bienaventuranza es camino a la plenitud

Dentro de nuestra serie, hemos hablado sobre la felicidad plena, a la cual nos referimos, a aquella la cual nos brinda felicidad. También hemos hablado de la importancia de la montaña como encuentro de revelación, donde encontramos nuestra dignidad. Las bienaventuranzas es camino a la plenitud.
Jesús nos invita dentro de las bienaventuranzas a vivir el contenido de ellas, no sólo a aspirar de ello, porque es feliz quien es pobre de espíritu, manso, misericordioso, etc. Porque el vivir ya de esta manera es ser feliz. Quien experimenta las bienaventuranzas es una persona en armonía consigo mismo y es capaz de experimentar la plenitud de la vida.
En las bienaventuranzas tenemos la experiencia personalísima de Dios y así estaremos en la verdadera felicidad con Dios. Cada una de las ocho, nos permiten encontrar ese camino hacia la felicidad y la libertad plena, por tanto será camino de plenitud.
Al encontrarnos plenos, recobramos nuestra conciencia de ser hijos de Dios, por tanto, buscamos hacernos uno con Dios y esa es la más profunda felicidad. Ese camino, al cual estamos llamados a recorrer, no lo hacemos solos, va Cristo de la mano con nosotros, nos lleva paso a paso.
Entonces al caminar con Cristo, disfrutamos de todos los regalos de Dios, nuestra vida cambia y vemos cada cosa como don de Dios. Ahí es donde apreciamos el hecho de poder alcanzar a vivir de forma bienaventurada, no es una utopía o un ideal alejado, sino una realidad cercana, posible.
Las bienaventuranzas nos invitan a ser nosotros mismos. Cuando estamos en armonía con nosotros mismos, es posible descubrir al otro, aprendo a verlo como alguien diferente a mí, quien también está en su proceso de ser feliz. Al entender esa realidad, aparece una nueva realidad, el nosotros.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La montaña como encuentro de revelación

Hemos comenzado nuestra serie sobre las bienaventuranzas, mencionábamos sobre ellas y afirmábamos, son el camino a la felicidad. Partimos de la premisa de comprender el verdadero significado de la felicidad.
Uno de esos elementos clave es comprender el hecho de la libertad, la cual va de la mano con la felicidad plena, en esta ocasión analizaremos un punto fundamental del por qué se le conoce también como el sermón de la montaña.
Es así donde descubriremos la importancia de la montaña como encuentro de revelación. Por eso Cristo al hablar de la felicidad plena no podía hacerlo en cualquier lugar, debía encontrar el mejor y es así cuando llega al monte.
El monte también recuerda el hecho de lo arduo del camino, no siempre es plano, hay subidas y bajadas, pero cuando alcanzamos la meta, nos sentimos plenos y felices, pero también orgullosos.
Recordemos el lugar de la revelación de Dios a Moisés, en un monte, en el Sinaí, Dios siempre busca también llevarnos a acercarnos a Él de una forma peculiar, quiere llevarnos a la cima.
Las bienaventuranzas quieren llevarnos a la plenitud, quieren sacar todo nuestro potencial de nuestro corazón, quieren impulsarnos a vivir el ideal de Madre Teresa, hacer las cosas extraordinarias de forma ordinaria y por amor. La felicidad radica también en esa capacidad de amar, y ese amor, también es progresivo como el subir a una montaña.
Las bienaventuranzas nos acercarán a la sublimidad de Dios, quien a su vez nos obliga a recordar nuestra dignidad, al hacerlo, contemplaremos su huella en nuestra vida y en lo más profundo de nuestro ser.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Preparen el camino

II Domingo de Adviento (Lc 3, 1 – 6), Jesucristo nos sigue ayudando para volvernos a Él y así lograr la conversión.
“El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos”.
El Adviento nos debe llevar a preparar la venida de Cristo, si bien recordamos el nacimiento histórico, ahora debemos ir más allá, estar atentos a la segunda venida, donde Cristo vendrá cubierto de gloria y majestad.
En el pasaje del Evangelio, escuchamos a Juan el Bautista quien se convierte en esa voz la cual clama en el desierto. Juan hablaba de la conversión, de la importancia de lograr revertir el camino y ver de nuevo al destino de Belén.
Ya cada vez está más cerca la Navidad, vamos a cruzar la mitad del Adviento y es momento de ver al interior de nuestros corazones, si bien en el pasado domingo nos pusimos la meta de estar atentos a los signos de los tiempos y buscar y ofrecer el perdón, ahora es momento de la conversión.
Metanoia es nuestro ideal en esta semana, reorientar el rumbo, pero no sólo ello, sino hacerlo de la mejor manera. Por eso buscaremos el camino de la conversión, para ir al encuentro con Emmanuel, Dios con nosotros, quien busca llegar a nosotros para no tener miedo de acercarnos a Él.
Preparen el camino, para ello es necesario el dar el paso a la conversión.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una serie para la felicidad

Con gran alegría anunciamos el inicio de una serie para la felicidad, comenzaremos a compartir nuestras reflexiones sobre la “constitución” para los católicos, el “Sermón de la Montaña”.
Para ello, es fundamental partir de una premisa, la cual a su vez, se torna certeza, todos los seres humanos, aún sin hacerlo de forma consciente, anhelamos y buscamos ser felices. Lo único subjetivo de la premisa y la cual admite discusión es la forma en la cual lo busca y el fin en sí.
Pero al final, es una realidad, todos queremos ser felices. Ya desde antiguo, los filósofos se planteaban esa interrogante, ¿cuál es el origen de la felicidad? Más sencillo, ¿qué me hace feliz? Pero podemos agregar una, ¿cuál es la fuente de mi felicidad? Las respuestas son tan variables como personas existen, algunos dirán, salud, amor, dinero, poder, éxito, etc.
Si nos adentramos en los dichos de los filósofos, de las corrientes y de los tiempos, obtendremos respuestas y posturas sobre la felicidad.
Los filósofos clásicos afirmaban sobre el origen de la felicidad, la cual sólo se obtenía mediante una vida buena, pero ahí se ve el problema, ¿qué es una vida buena? Aristóteles dirá mediante la virtud.
Boecio alrededor del año 500, “la felicidad es el estado perfecto obtenido mediante la unión de todos los bienes”, otro problema, ¿qué es un bien? Tomás de Aquino se acerca un poco más, porque habla de la relación de esta vida con la vida eterna, entonces la felicidad no puede acabar porque viene de Dios.
Kant, “la conciencia que un ser racional tiene del encanto de la vida”, hermosa expresión porque cobra conciencia de lo bueno y bello de la vida, de los trascendentales del ser.
Freud, padre del psicoanálisis, “experiencia de intensos sentimientos de placer”, tendremos el problema del placer, ¿qué es? Hoy tenemos un problema, la felicidad está sustentada en un bien de consumo.
¿De dónde viene la expresión de felicidad? Los griegos nos darán la clave para comprenderlo mejor. El primer término es eudaimonia, lo cual hace referencia a un ángel del alma, porque hace referencia a lo interior del alma. El segundo término, eutychia, donde mencionamos el azar.
Por último, makarios, donde hablamos ya del bienaventurado, pero los griegos lo atribuían sólo a los dioses, porque eran libres. En nuestro lenguaje teológico, el Antiguo Testamento lo atribuye a aquellas personas quienes guardaban los mandamientos, pero en Nuevo Testamento, lo hace a aquellas personas quienes aplican, escuchan y ponen en práctica las enseñanzas de Jesús.
De ahí, la importancia, un gran teólogo, Joseph Ratzinger dirá sobre las bienaventuranzas, el texto nos hace tomar conciencia de nuestra necesidad de perdón, son una guía para nuestra existencia, quiere orientarnos hacia aquel a quien nos invita a tener una “actitud del amante”. Es decir a vivir en la verdadera felicidad del tercer término, marikos, porque seremos libres.
Son ocho puntos a meditar, son ocho puntos para alcanzar la perfección de cómo mencionó el Papa, para tener una “actitud de amantes”:
“Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
‘Bienaventurados los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Bienaventurados ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Estén prevenidos

¡Feliz inicio de ciclo litúrgico! Iniciamos el Adviento tiempo precioso para la preparación para la Navidad, en el Primer Domingo de Adviento (Lc 21, 25 – 28. 34 – 36), comenzamos la preparación.
“Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación".
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.
El Adviento es la gran preparación para la celebración de la Navidad, nos permite hacer una pausa para interiorizar el misterio de la Encarnación del Emmanuel, del Dios con nosotros.
Cada domingo, Cristo nos va presentando actitudes para vivir de mejor forma el Adviento, en esta ocasión nos invita a estar atentos a los signos de los tiempos, a ver las señales de Dios en nuestra vida, para estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza.
En el Evangelio, Cristo nos invita a estar atentos, a no perder la fe, pero ir más allá, porque ya llegará la liberación. Pero ahí está la clave, la fe en quien sabemos nos traerá la vida y la vida en abundancia. Por eso vivir de cara a Dios nos permite estar preparados, estar prevenidos, por eso nos dice, estén prevenidos.
El estar prevenidos, requiere una gran fe, la cual sólo es posible si se sostiene con la oración. La oración permite descubrir una nueva realidad, porque es la mejor forma de estar en unión con Dios.
Por tanto, también debemos buscar para estar prevenidos, es tornarnos al perdón. El primer paso, es buscar el perdonarnos de aquello que vamos cargando, de aquello por lo cual llevamos una carga pesada, una vez logrado el perdón, viene el de Dios, porque nosotros somos los peores jueces de nosotros mismos. Ojalá aprendiéramos un poco de lo misericordioso de Dios.
Estén prevenidos, frase de Jesús para meditar en esta primera semana de Adviento. Atentos a los signos de los tiempos y perdonar.