Continuando con nuestra serie de las bienaventuranzas,
tocaremos la primera, con la cual Jesús abre su “sermón de la Montaña”: “bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
La primera bienaventuranza parece ir contrario al mundo
moderno, porque hoy la cultura es el poseer y tener, para dejar de ser. La
valía de las personas estaría sustentada en su status, prestigio, en sus pertenencias, en pocas palabras, el hombre
busca tenerlo todo bajo su dominio. Por otro lado, en el mundo se percibe una
desigualdad en la repartición de la riqueza y un descontento generalizado, hay
más pobres en el mundo.
Ante todo ello, el hombre está sediento de una verdadera
sabiduría la cual le oriente para encontrar el camino a la felicidad y por
tanto a la libertad. Partamos de una premisa de San Pablo, poseer como si no
poseyéramos y así poder vivir en la abundancia como en la escasez.
Así descubrimos una nueva dimensión, la cual brota de la
propia persona, el ser humano toca lo más profundo para entrar en contacto con
su dignidad. Jesús será capaz de responder a ello con la primera bienaventuranza,
porque los pobres son los primeros capaces de entrar en el reino de Dios,
porque están abiertos a su misterio, confían en la promesa de Dios, quien es
fiel.
Esa conciencia permite vivir en libertad, porque no dependo
de nada, ni de riqueza, posesiones, cosas e incluso personas. Pero también
estoy abierto a la sorpresa de Dios.
De la pobreza podemos distinguir tres dimensiones, la
pobreza de quien no quiere nada, de quien no sabe nada y de quien no tiene
nada. El pobre quien no quiere nada, siempre tiene una actitud desinteresada,
busca hacer el bien y es feliz porque no tiene dobles intensiones u ocultas.
La segunda dimensión para abordar, es quien no sabe nada. Es
un hombre quien comprende sus limitaciones frente a los proyectos de Dios, los
abraza y se arroja a ellos confiando en la fidelidad y promesa de Dios. Ahí
encuentra la felicidad y libertad, porque va descubriendo los signos de Dios en
su vida, no los quiere explicar, pero sí los agradece.
Quien no tiene nada, tiene la certeza del préstamo de las
cosas, es decir, todo ha sido prestado y es don de Dios, no posee nada. Incluso
las personas amadas no son propias, porque son libres y cuando las dejo y
respeto su libertad, es donde demuestro mi verdadero amor. Más aún, ni siquiera
puedo poseer a Dios, porque cuando pretendo hacerlo, creo un ídolo y deja de
ser Dios.
La primera bienaventuranza nos indica un camino verdadero y
seguro a la libertad y a la felicidad. Es una promesa para quienes se sienten
desalentados, impotentes, desesperados, aquellos quienes necesitan una música
interior para seguir adelante y encontrar el camino cierto. Cristo quiere
restituirnos nuestra dignidad y así retomar las riendas de la vida.
Cada bienaventuranza tiene dos partes, primero la razón por
la cual ser bienaventurados, la segunda es la promesa de Cristo. En nuestro
caso, es “porque de ellos es el reino de los cielos”.
Ahí descubrimos el Señorío de Dios, quien nos promete su
reino, su gozo y su felicidad, pero lo más importante la libertad. Por eso es
importante aprender a estar en el momento, de forma desinteresada y ser
agradecidos. Ahí está la clave de la verdadera felicidad.
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