viernes, 14 de diciembre de 2012

Música interior

Continuando con nuestra serie de las bienaventuranzas, tocaremos la primera, con la cual Jesús abre su “sermón de la Montaña”: “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
La primera bienaventuranza parece ir contrario al mundo moderno, porque hoy la cultura es el poseer y tener, para dejar de ser. La valía de las personas estaría sustentada en su status, prestigio, en sus pertenencias, en pocas palabras, el hombre busca tenerlo todo bajo su dominio. Por otro lado, en el mundo se percibe una desigualdad en la repartición de la riqueza y un descontento generalizado, hay más pobres en el mundo.
Ante todo ello, el hombre está sediento de una verdadera sabiduría la cual le oriente para encontrar el camino a la felicidad y por tanto a la libertad. Partamos de una premisa de San Pablo, poseer como si no poseyéramos y así poder vivir en la abundancia como en la escasez.
Así descubrimos una nueva dimensión, la cual brota de la propia persona, el ser humano toca lo más profundo para entrar en contacto con su dignidad. Jesús será capaz de responder a ello con la primera bienaventuranza, porque los pobres son los primeros capaces de entrar en el reino de Dios, porque están abiertos a su misterio, confían en la promesa de Dios, quien es fiel.
Esa conciencia permite vivir en libertad, porque no dependo de nada, ni de riqueza, posesiones, cosas e incluso personas. Pero también estoy abierto a la sorpresa de Dios.
De la pobreza podemos distinguir tres dimensiones, la pobreza de quien no quiere nada, de quien no sabe nada y de quien no tiene nada. El pobre quien no quiere nada, siempre tiene una actitud desinteresada, busca hacer el bien y es feliz porque no tiene dobles intensiones u ocultas.
La segunda dimensión para abordar, es quien no sabe nada. Es un hombre quien comprende sus limitaciones frente a los proyectos de Dios, los abraza y se arroja a ellos confiando en la fidelidad y promesa de Dios. Ahí encuentra la felicidad y libertad, porque va descubriendo los signos de Dios en su vida, no los quiere explicar, pero sí los agradece.
Quien no tiene nada, tiene la certeza del préstamo de las cosas, es decir, todo ha sido prestado y es don de Dios, no posee nada. Incluso las personas amadas no son propias, porque son libres y cuando las dejo y respeto su libertad, es donde demuestro mi verdadero amor. Más aún, ni siquiera puedo poseer a Dios, porque cuando pretendo hacerlo, creo un ídolo y deja de ser Dios.
La primera bienaventuranza nos indica un camino verdadero y seguro a la libertad y a la felicidad. Es una promesa para quienes se sienten desalentados, impotentes, desesperados, aquellos quienes necesitan una música interior para seguir adelante y encontrar el camino cierto. Cristo quiere restituirnos nuestra dignidad y así retomar las riendas de la vida.
Cada bienaventuranza tiene dos partes, primero la razón por la cual ser bienaventurados, la segunda es la promesa de Cristo. En nuestro caso, es “porque de ellos es el reino de los cielos”.
Ahí descubrimos el Señorío de Dios, quien nos promete su reino, su gozo y su felicidad, pero lo más importante la libertad. Por eso es importante aprender a estar en el momento, de forma desinteresada y ser agradecidos. Ahí está la clave de la verdadera felicidad.

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