Hemos comenzado nuestra serie sobre las bienaventuranzas,
mencionábamos sobre ellas y afirmábamos, son el camino a la felicidad. Partimos
de la premisa de comprender el verdadero significado de la felicidad.
Uno de esos elementos clave es comprender el hecho de la
libertad, la cual va de la mano con la felicidad plena, en esta ocasión
analizaremos un punto fundamental del por qué se le conoce también como el
sermón de la montaña.
Es así donde descubriremos la importancia de la montaña como
encuentro de revelación. Por eso Cristo al hablar de la felicidad plena no
podía hacerlo en cualquier lugar, debía encontrar el mejor y es así cuando
llega al monte.
El monte también recuerda el hecho de lo arduo del camino,
no siempre es plano, hay subidas y bajadas, pero cuando alcanzamos la meta, nos
sentimos plenos y felices, pero también orgullosos.
Recordemos el lugar de la revelación de Dios a Moisés, en un
monte, en el Sinaí, Dios siempre busca también llevarnos a acercarnos a Él de
una forma peculiar, quiere llevarnos a la cima.
Las bienaventuranzas quieren llevarnos a la plenitud,
quieren sacar todo nuestro potencial de nuestro corazón, quieren impulsarnos a
vivir el ideal de Madre Teresa, hacer las cosas extraordinarias de forma
ordinaria y por amor. La felicidad radica también en esa capacidad de amar, y
ese amor, también es progresivo como el subir a una montaña.
Las bienaventuranzas nos acercarán a la sublimidad de Dios,
quien a su vez nos obliga a recordar nuestra dignidad, al hacerlo,
contemplaremos su huella en nuestra vida y en lo más profundo de nuestro ser.
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