Dentro de nuestra serie, hemos hablado sobre la felicidad
plena, a la cual nos referimos, a aquella la cual nos brinda felicidad. También
hemos hablado de la importancia de la montaña como encuentro de revelación,
donde encontramos nuestra dignidad. Las bienaventuranzas es camino a la
plenitud.
Jesús nos invita dentro de las bienaventuranzas a vivir el
contenido de ellas, no sólo a aspirar de ello, porque es feliz quien es pobre
de espíritu, manso, misericordioso, etc. Porque el vivir ya de esta manera es ser
feliz. Quien experimenta las bienaventuranzas es una persona en armonía consigo
mismo y es capaz de experimentar la plenitud de la vida.
En las bienaventuranzas tenemos la experiencia personalísima
de Dios y así estaremos en la verdadera felicidad con Dios. Cada una de las
ocho, nos permiten encontrar ese camino hacia la felicidad y la libertad plena,
por tanto será camino de plenitud.
Al encontrarnos plenos, recobramos nuestra conciencia de ser
hijos de Dios, por tanto, buscamos hacernos uno con Dios y esa es la más
profunda felicidad. Ese camino, al cual estamos llamados a recorrer, no lo
hacemos solos, va Cristo de la mano con nosotros, nos lleva paso a paso.
Entonces al caminar con Cristo, disfrutamos de todos los
regalos de Dios, nuestra vida cambia y vemos cada cosa como don de Dios. Ahí es
donde apreciamos el hecho de poder alcanzar a vivir de forma bienaventurada, no
es una utopía o un ideal alejado, sino una realidad cercana, posible.
Las bienaventuranzas nos invitan a ser nosotros mismos.
Cuando estamos en armonía con nosotros mismos, es posible descubrir al otro,
aprendo a verlo como alguien diferente a mí, quien también está en su proceso
de ser feliz. Al entender esa realidad, aparece una nueva realidad, el
nosotros.
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