Seguimos en nuestra serie, ya propiamente desarrollando cada
una de las bienaventuranzas, en la presente entrega tocaremos un tema polémico,
pero el cual es muy sensible para los hombres, el sufrimiento y dolor: “bienaventurados
los que lloran, porque serán consolados”.
El ritmo el cual el mundo busca imponernos ha generado a los
hombres una sensación de insatisfacción. El hombre tiene la ilusión de poder
conseguirlo todo y conforme abarcan algo, descuidan otra cosa. Ello crea
frustración porque el hombre se descubre limitado, como dicen los sabios, “no
se puede tener todo en la vida”; amor o carrera, éxito o tiempo, en fin.
Lo más doloroso es cuando nos descubrimos limitados, porque
no podemos conseguir ser quienes queríamos ser y lo que podíamos ser.
Kierkegaard tiene una frase para explicar lo anterior “doliente saluda el que
soy al que podría ser”.
Pero aquí encontramos una realidad en el mundo moderno, no hay
espacio para los dolientes, para quienes sienten tristeza, por ello, se sienten
fuera de la sociedad porque tienen la errónea idea de un falso deber de no
mostrar sus sentimientos.
El sufrimiento, el dolor y la tristeza llegan por muchos
motivos, pero el problema del siglo XXI es el hecho de reconocer el hecho de no
vivir la vida, ello genera una desesperanza, porque la vida se está
desperdiciando. Esas personas no están en contacto consigo mismas, están
perdidas y no soportan ese dolor.
Así, aspiramos una vida donde podamos confrontar la realidad
sin encubrirla, llegar a la plenitud y ser feliz en la condición presente, pero
se requiere necesariamente de un duelo. Pero muchas veces no se sabe por dónde
comenzar o cómo hacerlo.
He ahí la promesa de Jesús frente a este reto, no tengas
miedo de experimentar el duelo, porque así descubrimos nuestra riqueza interior
y nuestras potencialidades. El duelo conduce a la apertura de nuevas
experiencias y añade a las relaciones nuevas dimensiones.
El duelo nos permite poder renunciar a falsas esperanzas,
yugos, imposiciones externas e internas, para confrontarme con la realidad y
conmigo mismo. Por eso Jesús llama bienaventurados a quienes están dispuestos a
vivir el duelo, a elaborarlo, a construirlo, pero lo más importante, a
transitarlo para salir de él con la certeza de poder ser verdaderamente
felices. Por ello el duelo es transformador, es plenificador.
No olvidemos una realidad, el duelo no quita o evita el
dolor, la tristeza o el sufrimiento, pero es camino para retomar el camino y
ser felices. Muchas veces en nuestra vida, debemos tomar decisiones y es
fundamental asumir una realidad, por cada decisión, hay una renuncia. Por ello
es importante estar dispuestos a comprender el duelo como posibilidad de
transformación, para desprendernos de aquello innecesario, banal, lo cual nos
priva de ser felices.
El sufrimiento, el dolor y la tristeza también nos permiten
descubrir la verdadera felicidad. Porque cuando aprendemos el verdadero valor
del duelo es cuando maduramos y crecemos.
Jesús nos permite descubrir la certeza de su amor, si bien
nos dice, “bienaventurados que lloran”, viene la muestra concreta, “porque
serán consolados”. Ese consuelo viene de aprender a transformar nuestro dolor a
través del duelo.
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