lunes, 17 de diciembre de 2012

El duelo transformador

Seguimos en nuestra serie, ya propiamente desarrollando cada una de las bienaventuranzas, en la presente entrega tocaremos un tema polémico, pero el cual es muy sensible para los hombres, el sufrimiento y dolor: “bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”.
El ritmo el cual el mundo busca imponernos ha generado a los hombres una sensación de insatisfacción. El hombre tiene la ilusión de poder conseguirlo todo y conforme abarcan algo, descuidan otra cosa. Ello crea frustración porque el hombre se descubre limitado, como dicen los sabios, “no se puede tener todo en la vida”; amor o carrera, éxito o tiempo, en fin.
Lo más doloroso es cuando nos descubrimos limitados, porque no podemos conseguir ser quienes queríamos ser y lo que podíamos ser. Kierkegaard tiene una frase para explicar lo anterior “doliente saluda el que soy al que podría ser”.
Pero aquí encontramos una realidad en el mundo moderno, no hay espacio para los dolientes, para quienes sienten tristeza, por ello, se sienten fuera de la sociedad porque tienen la errónea idea de un falso deber de no mostrar sus sentimientos.
El sufrimiento, el dolor y la tristeza llegan por muchos motivos, pero el problema del siglo XXI es el hecho de reconocer el hecho de no vivir la vida, ello genera una desesperanza, porque la vida se está desperdiciando. Esas personas no están en contacto consigo mismas, están perdidas y no soportan ese dolor.
Así, aspiramos una vida donde podamos confrontar la realidad sin encubrirla, llegar a la plenitud y ser feliz en la condición presente, pero se requiere necesariamente de un duelo. Pero muchas veces no se sabe por dónde comenzar o cómo hacerlo.
He ahí la promesa de Jesús frente a este reto, no tengas miedo de experimentar el duelo, porque así descubrimos nuestra riqueza interior y nuestras potencialidades. El duelo conduce a la apertura de nuevas experiencias y añade a las relaciones nuevas dimensiones.
El duelo nos permite poder renunciar a falsas esperanzas, yugos, imposiciones externas e internas, para confrontarme con la realidad y conmigo mismo. Por eso Jesús llama bienaventurados a quienes están dispuestos a vivir el duelo, a elaborarlo, a construirlo, pero lo más importante, a transitarlo para salir de él con la certeza de poder ser verdaderamente felices. Por ello el duelo es transformador, es plenificador.
No olvidemos una realidad, el duelo no quita o evita el dolor, la tristeza o el sufrimiento, pero es camino para retomar el camino y ser felices. Muchas veces en nuestra vida, debemos tomar decisiones y es fundamental asumir una realidad, por cada decisión, hay una renuncia. Por ello es importante estar dispuestos a comprender el duelo como posibilidad de transformación, para desprendernos de aquello innecesario, banal, lo cual nos priva de ser felices.
El sufrimiento, el dolor y la tristeza también nos permiten descubrir la verdadera felicidad. Porque cuando aprendemos el verdadero valor del duelo es cuando maduramos y crecemos.
Jesús nos permite descubrir la certeza de su amor, si bien nos dice, “bienaventurados que lloran”, viene la muestra concreta, “porque serán consolados”. Ese consuelo viene de aprender a transformar nuestro dolor a través del duelo.

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