En nuestro caminar cuaresmal, llegamos al V Domingo de
Cuaresma (Jn 8, 1 – 11), un día de retraso de nuestra entrega. Jesús nos lanza
un reto, quién será capaz de atreverse.
“Jesús fue al
monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a
él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y
los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y,
poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha
sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear
a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto
para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose,
comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les
dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E
inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas
palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos.
Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le
preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha
condenado?".
Ella le
respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo
Jesús. Vete, no peques más en adelante"”.
Hemos insistido en el sentido misericordioso de la Cuaresma
en el presente Ciclo, cada domingo, Jesús nos ha mostrado el inmenso amor de
Dios para con nosotros, pero no sólo eso, sino su infinita paciencia. En
palabras del Papa Francisco, “Dios no se cansa de perdonarnos, somos nosotros
quienes nos cansamos de pedir perdón”.
Eso fue en un primer momento, el aceptar esa gratuidad de
Dios, pero lo más fuerte, darnos cuenta de una realidad, cuando Cristo estaba
clavado en la cruz lo hizo con los brazos bien abiertos para recibirnos, para
ofrecernos su amor total, incondicional y eterno.
Ahora, el reto, si hemos sido beneficiados personalmente con
la misericordia de Dios, nosotros debemos serlo con nuestros semejantes, con
quienes nos rodean. No podemos hacer juicios temerarios, porque cuando lo
hacemos y señalamos y apuntamos con nuestro dedo, cuatro vienen de regreso.
El Evangelio de la mujer adúltera, revela muchas actitudes
interiores propias de hombres quienes no ha entrado el Amor a su corazón. Todos
los presentes les andaba por dilapidar a una mujer quien por diversas
circunstancias había llevado una vida disoluta, ese no es meollo, el punto es
el porqué el sentido de superioridad al buscar juzgar e impartir justicia. Siendo
la realidad otra, no somos ni jueces ni impartidores de justicia, sólo Dios.
Todos con una piedra en la mano, listos para aventarla a
quien a nuestro juicio merece ser dilapidado. Hemos mejorado la puntería y
estamos listos, todo el tiempo vamos con nuestra actitud farisaica esperando a
quien señalar, a quien corregir y a quien apedrear. Nuestra soberbia nos impide
entrar en contacto con la misericordia.
Pero llega quien es capaz de juzgar, su reacción un tanto
cuanto curiosa, dice a pregunta expresa, quien esté libre de pecado, aviente la
primera piedra. Los más ancianos, con la sabiduría propia de los años, corona
del justo, son quienes dejan inmediatamente las piedras.
Atrévete a dejar las piedras acumuladas por el camino,
atrévete a cambiar, olvida rencores, deudas y ofensas. El mayor poder del
hombre es el perdón. Atrévete a arrojar ese lastre y avanzar con gran agilidad
por el peregrinaje de la vida, basta con querer y con intentarlo.
El reto es grande, pero comienza dando el primer paso,
atrévete.
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