Llegamos a nuestra entrega final serie sobre el poder
liberador del perdón. Hemos recorrido un camino largo, en ocasiones doloroso,
pero también enriquecedor, porque los tres pasos anteriores nos han permitido
conocernos mejor y realizar una gran introspección. Si bien hay cosas ajenas fuera
totalmente de nuestro control, nos hemos podido dar cuenta de la importancia de
nuestra libertad en la forma en la cual nosotros respondemos ante los estímulos.
Es así y sólo así gradualmente la forma en la cual podemos
llegar al cuarto paso, un verdadero ejercicio de madurez. Con el cuarto paso
entendido, podemos por fin liberarme del influjo o poder negativo del otro y de
la energía negativa emanada de la ofensa, injuria o acción.
Por fin seré libre, ya podré sacar la piedra de mi zapato,
la tortura desaparecerá, todo lo arrastrado por tantos años. Así me desvinculo
del otro, dejo ser al otro como es, pero también yo me acepto como soy y puedo
avanzar. Si bien no iré corriendo al encuentro de quien me ha lastimado, al
menos, yo ya no lo vengo cargando, lo suelto, para llegar a abrazarlo necesitaré
tiempo y voluntad, pero al menos yo ya soy libre.
El perdón, por tanto, recubrirá todo mi ser, me invadirá y
me brindará ese poder para crecer y madurar. Si bien las causas o motivos para
perdonar no desaparecerán, pero al menos podemos cortarle el filo al cuchillo,
el odio a las palabras, el dolor al corazón, lo mortal de las balas.
El liberarme del poder del otro, me permite ser libre,
asumir mi identidad sin temor y vivir de cara a los demás, pero también a Dios.
Me permite ser totalmente yo, abriendo el corazón al otro sin temor de ser
lastimado o sin segundas intensiones. El poder del perdón, finalmente me lleva
construir mi libertad plena, porque le quito al otro su capacidad de influir en
mí.
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