domingo, 24 de marzo de 2013

Amor, plenitud y misericordia

Llegamos a la Semana Mayor, arrancamos la Semana Santa con el Domingo de Ramos (Lc 22, 14 – 23, 56).
Por la extensión de la Pasión proclamada hoy, no la agregamos a nuestro comentario sobre el Evangelio.
Durante la Cuaresma nos hemos preparado para vivir estos momentos, el Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa, pero no el fin de la Cuaresma, tenemos unos días para prepararnos y la mejor forma es en este domingo levantar nuestros ramos para aclamar a Jesús como nuestro Rey.
La liturgia de hoy nos permite adentrarnos en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, porque si bien hoy era aclamado como rey, el viernes será clavado como vulgar criminal, pero el domingo resucitará triunfante.
No perdamos lo importante de la celebración por el ritualismo o por la costumbre, si bien cada año lo recordamos, cada año debe ser una renovación interna la cual nos permita avanzar en nuestro proceso de conversión. Y por otro lado, revitalizar nuestra actitud de gratitud a Dios, porque se pagó un precio muy alto por recuperar nuestra dignidad.
Valoremos y meditemos las palabras de Cristo, desde el momento en el cual nos dice, cuánto ha deseado celebrar la Pascua, pero esa sería la última y definitiva. El paso del Señor sería el zenit de nuestra salvación, el culmen de la misión del Redentor en el mundo. Las palabras de Jesús no pueden ser meditadas a la liguera o sin un sentido de trascendencia.
Reflexionemos una y otra vez en esta semana la Pasión de Cristo según Lucas y vivamos el contenido de cada palabra. La cual podemos sintetizar en Amor, Plenitud y Misericordia.
Amor, porque desde el momento de la Inmaculada Concepción, Jesús abrazó el proyecto de cruz, con un Amor total, absoluto, incondicional, pero sobre todo gratuito. Eso último es lo más costoso de entender, la gratuidad del Amor de Dios, porque no nos pide nada a cambio, no espera nada de nosotros, nos ha dado la libertad. Si nos preguntamos aquello más esperado de Dios, la respuesta sería todo, pero si le hacemos esa pregunta a Dios, Él nos respondería nada.
Plenitud, el proyecto de Dios, necesariamente nos lleva a vivir de la misma forma mostrada por su Hijo, en una experiencia demandante pero al final llena de una felicidad total. Cuando abrazamos ese proyecto, el único destino es la plenitud. Jesús no limitó o acotó nada de la misión, la tomó por entera, incluso lleva la cruz con una gran dignidad. Como ha mencionado el Papa Francisco, así nunca podremos estar tristes.
Y por último, la misericordia. Fue tanto el amor de Dios por nosotros para enviarnos a su Hijo, en la plenitud de los tiempos, para demostrarnos su infinita paciencia, para decirnos como lo vimos a lo largo de los Domingos de Cuaresma, está esperando con los brazos abiertos y no se cansa de perdonarnos. La muestra es Cristo clavado en la cruz, con esos brazos abiertos, gritando el “todo está cumplido”. La salvación del género humano debía pasar por la cruz, para así morir a nosotros mismos y resucitar con Él.
Meditemos una y otra vez las palabras de Cristo, porque en ellas encontraremos el camino para la conversión, las cuales en este pasaje se sintetizan en Amor, plenitud y misericordia.
 

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