Llegamos a la Semana Mayor, arrancamos la Semana Santa con
el Domingo de Ramos (Lc 22, 14 – 23, 56).
Por la extensión de la Pasión proclamada hoy, no la agregamos
a nuestro comentario sobre el Evangelio.
Durante la Cuaresma nos hemos preparado para vivir estos
momentos, el Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa, pero no el
fin de la Cuaresma, tenemos unos días para prepararnos y la mejor forma es en
este domingo levantar nuestros ramos para aclamar a Jesús como nuestro Rey.
La liturgia de hoy nos permite adentrarnos en el misterio de
la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, porque si bien hoy era
aclamado como rey, el viernes será clavado como vulgar criminal, pero el
domingo resucitará triunfante.
No perdamos lo importante de la celebración por el
ritualismo o por la costumbre, si bien cada año lo recordamos, cada año debe
ser una renovación interna la cual nos permita avanzar en nuestro proceso de
conversión. Y por otro lado, revitalizar nuestra actitud de gratitud a Dios,
porque se pagó un precio muy alto por recuperar nuestra dignidad.
Valoremos y meditemos las palabras de Cristo, desde el momento
en el cual nos dice, cuánto ha deseado celebrar la Pascua, pero esa sería la
última y definitiva. El paso del Señor sería el zenit de nuestra salvación, el
culmen de la misión del Redentor en el mundo. Las palabras de Jesús no pueden
ser meditadas a la liguera o sin un sentido de trascendencia.
Reflexionemos una y otra vez en esta semana la Pasión de
Cristo según Lucas y vivamos el contenido de cada palabra. La cual podemos
sintetizar en Amor, Plenitud y Misericordia.
Amor, porque desde el momento de la Inmaculada Concepción,
Jesús abrazó el proyecto de cruz, con un Amor total, absoluto, incondicional,
pero sobre todo gratuito. Eso último es lo más costoso de entender, la
gratuidad del Amor de Dios, porque no nos pide nada a cambio, no espera nada de
nosotros, nos ha dado la libertad. Si nos preguntamos aquello más esperado de
Dios, la respuesta sería todo, pero si le hacemos esa pregunta a Dios, Él nos
respondería nada.
Plenitud, el proyecto de Dios, necesariamente nos lleva a
vivir de la misma forma mostrada por su Hijo, en una experiencia demandante
pero al final llena de una felicidad total. Cuando abrazamos ese proyecto, el
único destino es la plenitud. Jesús no limitó o acotó nada de la misión, la
tomó por entera, incluso lleva la cruz con una gran dignidad. Como ha mencionado
el Papa Francisco, así nunca podremos estar tristes.
Y por último, la misericordia. Fue tanto el amor de Dios por
nosotros para enviarnos a su Hijo, en la plenitud de los tiempos, para
demostrarnos su infinita paciencia, para decirnos como lo vimos a lo largo de
los Domingos de Cuaresma, está esperando con los brazos abiertos y no se cansa
de perdonarnos. La muestra es Cristo clavado en la cruz, con esos brazos
abiertos, gritando el “todo está cumplido”. La salvación del género humano
debía pasar por la cruz, para así morir a nosotros mismos y resucitar con Él.
Meditemos una y otra vez las palabras de Cristo, porque en
ellas encontraremos el camino para la conversión, las cuales en este pasaje se
sintetizan en Amor, plenitud y misericordia.
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