lunes, 13 de septiembre de 2010

“Todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31)

Cada domingo trataremos de meditar sobre el Evangelio, el proyecto de Jesús en nuestra vida.

En esta ocasión corresponde al XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 15, 1 – 32)

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".

Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".

Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".

Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.

Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.

Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. Él le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. El se enojó y no quiso entrar.

Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".
Hemos escuchado muchas veces este pasaje del Evangelio, en donde Jesús, habla y predica sobre un aspecto fundamental para poder participar de su proyecto, la misericordia. Miser en latín significa miserable, desdichado y cordis, corazón, por lo que es la capacidad de sentir la desdicha de los demás.

Este Domingo, podríamos señalar que el eje es la misericordia como lo vemos en las dos parábolas que plantea Jesús como fundamento de su seguimiento. Ahí es donde ponemos a prueba nuestro discipulado, en la capacidad de encontrarnos, pero más allá, la de vibrar con el otro, de compartir su ser y en particular, hacernos uno con su corazón.

La primera imagen es la del buen pastor que va por la oveja perdida, por la que se extravío, ya sea por negligencia o por las ganas de buscar la novedad. Deja las 99, porque no necesitan el pastoreo, porque se sienten seguras en donde las ha puesto. Pero la extraviada, lo necesita aún porque se esmere en no reconocerlo, en no aceptarlo o rechazarlo.

Encuentro, que se traduce en alegría porque por fin, después de tanta búsqueda se logra. El pastor estaba inquieto, intranquilo porque no sabía de la oveja, pero no se da por vencido. Gozo, emoción, porque sabe que por fin se reincorporará.

Segunda imagen, la moneda que se pierde, se deja caer, se abandona. Una moneda representaba todo el patrimonio de una familia, por eso lo era todo. No se queda tranquilo porque no se puede perder una moneda así de forma tan sencilla. Recorre todos y cada uno de los rincones, busca sin desfallecer.

Cuando la encuentra es alegría, porque ese tesoro no se perdió, ahora dará la prosperidad y el bienestar que está destinada a dar.

La última imagen, que comúnmente se llama la parábola del “hijo pródigo” que sería mejor llamarla el “padre providente”. Es una verdadera clase de antropología humana. Nos reta a plantearnos las actitudes que asumimos, pero no alcanzamos a vislumbrar el fondo, que no es con qué hijo te identifiques, sino que admiremos e imitemos a la figura del padre.

El padre que hizo grandes cosas, que amasó bienes que sus hijos creen que son suyos. El ingrato, piensa que le puede exigir a su padre aquello que no le pertenece, que no realizó el menor esfuerzo por conseguir, pero en su ingenuidad asume que tiene derecho sobre lo que es de su padre.

Ese hijo se marcha por su propio pie, nadie le dijo que lo hiciera, busca una supuesta libertad e independencia de su padre. Huye, escapa en pro de su rumbo. Como buena persona que no le ha costado nada en la vida, despilfarra, cae en la desgracia, siente hambre por primera vez en su vida, se siente necesitado, indefenso, vulnerable. Incluso quiere alimentarse de lo que consumen los cerdos.

Recapacita y se da cuenta del error que cometió, que cuando estaba con su padre era verdaderamente libre, se sentía seguro, protegido y es cuando clama al cielo por lo que ha hecho y busca regresar pero no con la misma actitud arrogante, sino con la humildad que da el fracaso, la derrota y el desaliento. Sabe que ni uno solo de los colaboradores de su padre ha experimentado el hombre y buscará su retorno como esclavo o servidor de su padre.

Con esa humildad, emprende el camino a casa. El padre providente estaba con la esperanza y con la fe que su hijo al que tanto amaba buscaría su hogar y así fue. Lo ve venir a lo lejos y corre a su encuentro, porque sabe que está vez será para siempre. Manda a que lo aseen, lo vistan y calcen, que le den un anillo; pide una fiesta en su honor.

Ese padre providente, le da la dignidad de hijo, no de esclavo, como pretendía en un primer momento. Lo reviste de ser su retoño, se alegra porque no importa el pasado o lo que haya experimentado, está con él, hay fiesta, alegría, gozo.


El hijo miserable, que siempre había estado con su padre, pero que no era generoso, que no daba el paso a imitar a su padre, al contemplar la escena, increpa, se molesta, se siente defraudado, pero cuál es la sorpresa, la probidad nuevamente del padre. Alégrate porque es tu hermano.

El hijo no es capaz de experimentar la alegría de su padre y sólo piensa en la recompensa que le debía por estar siempre con él. Todo lo mío es tuyo, responde con gran amor el padre, las cosas de Dios son nuestras cosas, no sólo son aspectos sagrados, sino que son nuestras.

Cuál grande es nuestra dignidad que hemos recibido de Dios, pues somos hijos, y como tal, debemos ser como Él, misericordiosos, abiertos al encuentro. Todo lo mío es tuyo nos dice el Señor, las cosas de Dios son nuestras cosas.

Que en nuestro peregrinar seamos siempre hombres de misericordia. Sin misericordia, es imposible entender el misterio de Dios en nuestras vidas.

No hay comentarios: