jueves, 23 de septiembre de 2010

“Poco a poco vendrá todo”

Esa fue la respuesta que un gran hombre le dio a una joven que le preguntaba si su visión mejoraría. Pues acababa de recibir un milagro de sus manos, una ciega de nacimiento de 27 años, mismos, que había vivido en tiniebla. Justo eso, fue lo primero que contempló en su vida, las manos cubiertas por guantes de aquél hombre.
Poco a poco vendrá todo, así fue su vida, que Dios fue guiando cual pincel que realiza la más extraordinaria de las obras. Un hombre sencillo, de gran temple, de una gran fe, pero sobre todo de una gran paz que proviene del sentirse escogido, llamado, tocado.
Él sólo se definía a sí mismo como “un humilde fraile que ora”. Pero su oración era transformadora, porque es fruto de quien reza con humildad frente a su Señor.
“Reza, ten fe y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle sólo con el corazón...”.
Ahí radica su grandeza, en la humildad en el entender que la santidad es hacer las cosas sencillas de forma extraordinaria y por amor. El hablarle a Jesús con el corazón, desde lo más profundo. Hizo muchos milagros, entre ellos tenía el don de la bilocación, el conocer lo más íntimo de las conciencias (discernimiento extraordinario) por lo que era un gran confesor, profecía, curación, entre otros.
Este hombre, predicaba con gran audacia, su vida era una constante oración y enseñanza, una historia que contaba:
“Una vez entró de monje un joven juglar que no conseguía cantar los salmos ni rezar las oraciones con los hermanos, pero en cuanto el coro quedaba vacío, se acercaba a la estatua de la Santísima Virgen y le hacía piruetas para congraciarse con ella y con el Niño Jesús. Una vez lo vio el fraile sacristán y avisó al Abad. Este después de haberlo observado un rato, se maravilló de ver que la estatua de la Virgen tomó vida. María sonreía y el Niño Jesús aplaudía con sus manitas. Cada uno de nosotros, decía el Padre, hace de bufón en el puesto que Dios le ha asignado. El fraile más ignorante, ofrecía a la Reina del Cielo lo único que sabía hacer, y Ella lo aceptaba con gusto”.
Francisco Forgione fue beatificado y canonizado por Juan Pablo II, en la primera ceremonia concluía su mensaje con estas palabras:
“Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta misa: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios". Esa exhortación de Cristo la recogió el nuevo beato, que solía repetir: "Abandonaos plenamente en el Corazón Divino de Cristo, como un niño en los brazos de su madre". Que esta invitación penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de serenidad y de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el camino, la verdad, y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro Padre?
"Santa María de las gracias", a la que el humilde capuchino de Pietrelcina invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos fijos en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón la caridad sobrenatural que brota del Costado Abierto del Crucificado”.

¡Santo Padre Pío, intercede por nosotros!

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