lunes, 1 de noviembre de 2010

Yo quiero ser cómo él

Ya nos acercamos al final y al inicio de un Ciclo Litúrgico, en este XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (LC 19, 1 – 10), encontramos algo apasionante, aunque lo publique el lunes un poco tarde.
“Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".
Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido"”.
Jericó era una ciudad muy importante pues si uno venía de regiones cercanas al Mar Muerto, era paso obligado a Jerusalén. Jericó es la prueba de la Tierra Prometida, se hace presente la huella de Dios, es la “tierra que mana leche y miel” (Ex 3, 8).
En esas condiciones, vivía Zaqueo, el jefe de los publicanos, lo más indigno porque era el jefe de los recaudadores de los impuestos para el Imperio Romano, era un usurero, un pecador. Incluso se subió a un árbol de sicómoro, considerado sucio, debido a su fruta utilizada para alimentar a los cerdos.
Zaqueo como comenta el Evangelio era un hombre bajo, pero no sólo de estatura, moralmente, espiritualmente, en fin; había un gran conflicto en él, pero se dio cuenta de su vacío, demandante de ser saciado. Había escuchado a Jesús, conocía de sus obras, quería verlo, supera la vergüenza originada de subirse a un árbol, pero no le importó porque deseaba ver a Jesús, algo había, algo le motivaba, buscaba la verdad para su vida y quiso ir a la fuente, en su corazón seguramente sabía que por fin la encontraría.
Jesús había preparado ese encuentro, pero dejó que le costara a Zaqueo, porque tenía necesariamente que encontrarse primero a él mismo. Jesús lo ve y le pide, baja pronto, porque hoy me voy a alojar en tu casa. Si tú me das oportunidad, entraré en tu casa, en tu intimidad y haremos un banquete (Ap 3, 20).
Zaqueo confronta su verdad con la Verdad, se da cuenta de su pasado y busca experimentar la conversión de aquél quien se ha sentido amado y tocado por Cristo. Sabe perfectamente que será blanco de calumnias, difamaciones y los constantes recordatorios de su vida pecadora, pero no importa, porque se ha encontrado con Jesús.
Quiere enmendar de alguna manera su mal, no se limita a los señalamientos del Levítico, buscará pagar cuatro veces las cantidades defraudadas y compartir sus bienes a los más desprotegidos. Ha comprendido parte del gran misterio de Dios, el amor.
Jesucristo se alegra porque ha logrado otra conversión, y llegó la salvación, su obra sigue dando resultados. ¡Qué figura tan admirable la de Zaqueo! Saneo su pasado, para construir sobre la piedra del presente en Jesucristo.
Yo quiero ser como Zaqueo, pasar ese proceso de conversión, confrontar mi realidad con la de Cristo, para que un día llegue la salvación al interior de mi alma. El pasado no determinará la persona que puedo llegar a ser si doy mi sí rotundo como Zaqueo a Cristo.
El Evangelio nos presenta episodios muy especiales y particulares que nos retan, motivan, confrontan, orientan, pero siempre tiene algo nuevo que decirnos. Uno de los casos más admirables es el de Zaqueo, un publicano.

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