domingo, 7 de noviembre de 2010

Sólo se puede ir para arriba

Dentro de la fe cristiana, se habla mucho de la conversión, actitud pocas veces aceptada dentro de las personas de duro corazón, porque no alcanzan a ver la obra de Dios en un corazón converso, es decir, un corazón tocado por el Dios del amor y buscar ir más allá, quiere cambiar de vida, pero también esa conversión le da una actitud de humildad, no puede sólo y reconoce su limitación humana.
Previo a la conversión, en lenguaje coloquial se dice, “toqué fondo”, es una terrible experiencia, porque se toca la peor parte de nuestro ser. El lado más oscuro y temible se apodera de nosotros, perdemos el rumbo, cometemos las peores tonterías y nuestra conciencia nos lo reclama.
En ese sentido, hablando del paso previo a la conversión, tenemos dos alternativas, quedarnos en el fango, presas de nuestras peores pasiones o por el contrario, experimentar la mano amorosa de Dios para poder salir adelante, con un corazón renovado, herido, pero amado.
Ese es un misterio, el hecho de poder experimentar más cercano a Dios cuando estoy en la mugre, cuando parece que soy más débil, soy más fuerte. Aún y con todo el pasado, con lo hecho, el proceso de conversión lo hace suyo, nos libera del sentimiento de culpa, pero es como la mujer adúltera, no te condeno, pero no peques más.
Una persona cuyo juicio le impide aceptar el proceso de conversión en un alma, la ve con desconfianza, porque en el fondo se refleja una falta de fe. Se atreve a emitir juicios temerarios, pero sólo lo entiende hasta el momento en que busca su propia conversión.
Grandiosa es la conversión, porque permite retomar nuestra vida, partir de cero, ir a más y salir adelante. Pero es fundamental quererlo, desearlo y trabajar en ello. Cuando uno ha “tocado fondo”, sólo se puede ir para arriba.

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