domingo, 17 de octubre de 2010

¿Encontrará fe sobre la tierra?

Ya de regreso, comentaremos el Evangelio del XIX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 1 – 8).
“Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario". Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme".
Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?””
En este domingo, recuerda la importancia de la oración, la oración constante y sin desanimarse. La oración es una fuerza muy poderosa porque permite entrar en contacto con el misterio, con ese Tú, que es diferente a mí, no lo puedo comprender pero tengo la certeza de esa comunicación.
Hay muchas características para una oración efectiva y la primera es la mencionada por Cristo, no se desanimen. En nuestra vida de oración es muy frecuente la presencia del desaliento, porque creemos que Dios no las escucha, no le interesa, pudiera parecer un grito en el desierto. La constancia nos prepara para realizar una oración transformadora.
Ahí nos damos cuenta de nuestra inexperiencia en la oración, porque la oración debe ser transformadora. Hace poco, escuché el mejor ejemplo de lo que en verdad es la oración. Imaginemos a una mamá en su cocina, preparando la comida, la cena, en su mano tiene el cuchillo más filoso, llega su pequeño hijo de tres años y se lo pide. Su mamá por supuesto lo ignora y el niño se molesta y le increpa a su madre, pero no me estás escuchando, te estoy pidiendo el cuchillo, a lo que le contestan al párvulo, puesto que te estoy atendiendo no te lo presto.
Cristo menciona, siempre hay que orar, para todos los aspectos en nuestra vida, si hay una contrariedad, orar para encontrar serenidad y ecuanimidad; si hay felicidad, para dar gracias; incertidumbre, para encontrar certeza. Lo más importante, ante una bifurcación de nuestra vida, oración para tomar la mejor decisión y que nos lleve a la plenitud.
La oración no es una negociación. Es un diálogo, que requiere otra característica, un corazón abierto y atento, sin él, es imposible escuchar la voz de Dios y ese es el lugar donde precisamente Dios habla. Si le escuchamos atentamente, podremos participar del plan de Dios en nuestra vida.
Un último aspecto que me gustaría tocar, es la oración fundada en la fe. Si recordamos lo que hemos mencionado sobre el misterio, debo comprender que hay algo que percibo en la oración, pero hay muchas cosas que se esconden detrás. Sólo con la fe es posible que exista la oración, sin ella es infecunda, estéril, pobre, vacía, sin sentido, es un engaño a mí mismo.
Un hombre de oración, de fe, sabe interpretar los signos de los tiempos, es una persona ecuánime, moderada, feliz, porque se ha encontrado con aquél que es origen de las cosas y le ha participado su amor.
El ideal al que estamos llamados es a hacer nuestra vida una oración y nuestra oración una vida.
Conforme avanzamos en el Ciclo Litúrgico, nuestra vida recorre a su vez un proceso de madurez. En cada domingo, Cristo nos presenta un reto, un aspecto a trabajar, un consuelo, esperanza, entre otras cosas.

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