En este XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 3 – 10) encontramos un reto lanzado por Jesucristo.
“Dijo el Señor a sus discípulos: ‘Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», perdónalo’. Los Apóstoles dijeron al Señor: ‘Auméntanos la fe’. Él respondió: ‘Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: «Ven pronto y siéntate a la mesa»? ¿No le dirá más bien: «Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después»? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "«Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber»’”.
“Auméntanos la fe” es la humilde petición que surge de nuestros corazones cuando nos enfrentamos a una realidad que nos supera, que va más allá de nuestras fuerzas, ahí queda claro nuestra miseria porque no sabemos cómo responder a esa situación en particular.
Justo ello, la fe, es lo que permite realmente sobrepasar cualquier circunstancia, porque la fe permite aferrarnos a lo que es valioso, es la confianza que tenemos en Dios, sin importar experimentar el silencio de Dios y atravesar la peor de las oscuridades.
El reto, es crecer en la fe, pero no en cantidad, sino en calidad, en una fe madura, que florezca, que fortifique, que nos permita ir a la plenitud. La fe, es un don, es un regalo, que hay que pedirla de rodillas. La fe no se consigue de la noche a la mañana y menos se alcanza la madurez.
Antes era mucho más fácil creer en nuestra infancia, era una fe como tal, infantil, basada en los aspectos de la inocencia y del ídolo que teníamos de Dios. Pero si no hemos avanzado y a la edad presente seguimos con ese nivel de fe, el síntoma es la necesidad de atrapar a Dios y modelarlo a nuestras expectativas y a lo que sería nuestra imagen de Dios, que no es el Dios de Jesús sino un ídolo, un icono. El Papa Benedicto XVI dice: “cuando el hombre se aparta de Dios, no es Dios quien le persigue, sino los ídolos”. Hay que dejar a Dios que nos sorprenda, eso es vivir en la fe y eso es tomar conciencia de nuestro lugar, permitir que Dios sea Dios.
Fe también implica el aprender a entrar en contacto con Dios, es decir, aprender a orar. La verdadera oración es la que permite la transformación por la fe, una actitud orante, implica necesariamente una actitud de un hombre que cree. Que aunque no pueda interpretar las circunstancias actuales, ve la mano de Dios. Porque es un hombre que sabe analizar los signos de los tiempos.
Un hombre de fe es quien encuentra la satisfacción en lo que está haciendo en el preciso instante, porque sabe que es lo que Dios quiere, pero también ve al futuro con miras a la vida eterna.
Grandes hombres y mujeres han vivido de la fe, como la gran Teresa de Ávila, “sólo Dios basta”. Blas Pascal, la fe se percibe con el corazón. Benedicto XVI, “nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy”.
Quisiera dejar una oración que me han regalado, que nos viene muy bien recordar en diversas ocasiones:
Dime Señor qué es la Fe, dime Señor qué es la Fe, que yo quiero creer.
1. Cuando escuchas la Palabra y la llevas a tu vida, tienes Fe. Cuando lloras en silencio esperando el nuevo día, tienes Fe.
Dime Señor qué es la Fe, dime Señor qué es la Fe, que yo quiero creer.
2. Cuando después de un fracaso te levantas cada día, tienes Fe. Cuando tu perdón entregas con tu amor y tu sonrisa, tienes Fe. Y cuando acoges al otro y se realiza en su vida, tienes Fe.
Dime Señor qué es la Fe, dime Señor qué es la Fe, que yo quiero creer.
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