domingo, 19 de mayo de 2013

Ven y renueva la faz de la tierra

Cerramos la Pascua con la gran celebración de Pentecostés (Jn 14, 15 – 16. 23b – 26), Jesús cumple su promesa, envía al Espíritu Santo.
“Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, Jesús le respondió: ‘Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes.
En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho”.
La nostalgia se había apoderado de los corazones de los apóstoles, porque el Señor ya había regresado al Padre, dio las últimas instrucciones, pero lo más importante, prometía al Espíritu Santo.
En nuestra vida, podemos compartir los mismos sentimientos de los apóstoles, nostálgicos, abandonados, tristes, melancólicos, porque si bien sentíamos la presencia constate de Jesús en nuestra vida, parece ser hoy, regresó al Padre y nos dejó solos. Experimentamos la sequedad espiritual.
Jesús en esas últimas instrucciones nos invitó a recordar la certeza de su amor, pero para demostrar nuestra reciprocidad, basta con guardar los mandamientos. Ello es suficiente para tener el amor del Padre, un amor infinito, gratuito, pleno; por si fuera poco, ambos habitarán dentro de nosotros.
Cuando comprendemos ese misterio, de la gratuidad del amor de Dios, jamás podremos sentirnos tristes, solos, abandonados, en nuestra alma se formará un gran campo fértil donde la Palabra de Dios florecerá y ese amor se desparramará y desbordará porque nos invitará a darlo y transmitirlo a los demás.
Pero ahora, ambos querían darnos un gran regalo, su Espíritu. El Espíritu Santo quien será un eterno recuerdo de ese amor del Padre y de la Palabra del Hijo. Así es como podemos recordar la esperanza, porque el Espíritu Santo nos recordará el hecho de no permitirnos el lujo de sentirnos solos, abatidos o desesperanzados.
Hoy debe ser nuestra petición, ven y renueva la faz de la tierra, Espíritu Santo, santifícanos para siempre por tus dones, hacer memorial el amor de Dios.

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