Retomamos nuestro Tiempo Ordinario, pero hoy, recordamos el
Misterio de amor en el Domingo de la Trinidad (Jn 16, 12 – 15).
“Aún tengo
muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando
venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la
verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y
les anunciará lo que ha de venir.
El tomará de
lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.
Todo lo que
tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para
revelárselo a ustedes”.
La Santísima Trinidad representa el Misterio de amor
teológico por excelencia. Si bien es misterio porque sobrepasa nuestra
capacidad de entendimiento, experimentamos los efectos de la Trinidad, uno de
ellos, es su inmenso y eterno amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Tres Personas Distintas, un mismo Dios, una sola sustancia.
El Padre Creador, el Hijo Redentor y el Espíritu Santo Santificador, todos
unidos en uno, para así expresar su amor por nosotros.
El Padre nos ha creado por amor en el acto libérrimo por
excelencia. El Hijo en otro acto libérrimo ha entregado su vida por nosotros
para nuestra salvación y de la unión de ambos, nos dejaron al Espíritu Santo
quien nos santifica siempre.
La Trinidad es la expresión más noble y elevada de amor,
porque está sustentado en la Verdad, en la eternidad y al final del día, en el
misterio de Dios. Desde nuestro Bautismo, se nos otorga una gran dignidad
porque gracias a él, se nos concede la inhabitación Trinitaria, la cual se
perfeccionará con la Confirmación porque recibiremos la plenitud del Espíritu
Santo.
Es Misterio de amor, el cual nos llevará a la plenitud, para
así alcanzar la vida en abundancia, la vida eterna. Para así “ser uno”, como
ellos son uno.
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