En muchas ocasiones en nuestra vida debemos “jugárnosla”,
porque de una buena partida dependen muchas cosas, ya sea en el mundo laboral,
académico, personal, deportivo, pero en la mayoría de los casos en el amor.
Nuestras cartas generalmente vienen al azar, en muchas
partidas tenemos las mejores, donde de mano tenemos al menos un par, en los
cambios vienen mejores y podemos armar mejores juegos, incluso llegar a la “flor
imperial”.
En otras, los naipes son totalmente desfavorables, aún con
el cambio, la baraja sigue siendo adversa, ni un par sale, pero como buenos
jugadores y apostadores, no abandonamos la partida y “blofeamos” un rato, con
el riesgo de perder. Pero en una de esas nos sale y ganamos la mano.
Aún con el riesgo de la partida seguimos adelante, cuando
vamos abajo, podemos perder la esperanza y en ocasiones abandonar todo. Cuando la
oscuridad es más intensa, nuestros peores temores salen a flote, corremos,
buscamos ayuda, a veces no la encontramos, pero generalmente siempre hay quien
nos asiste.
La vida como las cartas, deben seguir adelante, aprendemos a
jugar con nuestras cartas, pero con el tiempo lo vamos haciendo de la mejor
manera. Todo en nuestro caminar es riesgos, decisiones, pero también
satisfacciones.
Ante la duda, apostar siempre por el éxito y arriesgarnos,
porque la grandeza de las personas se mide en su capacidad de resolver
dificultades y afrontar las adversidades, pero agregado a ello, sin perder su
paz interior.
Como en los juegos de cartas, el mejor jugador será quien aprovecha
su mano al máximo, pero lo más importante en una última partida de naipes juega
su último as. Si gana es afortunado, pero si no, queda con su frente en alto,
porque como buen jugador, del gran juego llamado vida, arriesgó, jugó y aunque
pudiera parecer derrotado, ganó perdiendo con la frente en alto. Venció sus
propios miedos porque después de la oscuridad vio la luz.
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