miércoles, 9 de enero de 2013

Como veo a los otros

Hemos recorrido paso a paso las bienaventuranzas, ya casi terminamos de hacer comentarios al respecto, con el único objetivo de cobrar conciencia de su importancia porque es camino a la felicidad. En esta entrega: “bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios”.
Uno de los grandes valores de los hombres es la confianza, porque ello permite poder entablar relaciones sinceras, verdaderas. Hoy desconfiamos de quien se nos acerca porque tememos vengan con segundas intensiones. Pero más allá, ello refleja el modo como veo a los otros es como me veo a mi mismo.
En el mundo moderno, muchas personas buscan ser serviciales con una doble intensión, para ver las ventajas a obtener, reduciendo las relaciones interpersonales a un mero sentido utilitarista. Incluso no creemos en la palabra del otro, porque buscamos otro sentido, o lo no dicho.
Incluso en el mundo de la caridad, se ha reducido todo a un nuevo principio, haz el bien y cuéntalo o publícalo para darlo a conocer a todos y así exaltar tu nombre o reputación.
Hoy aspiramos y buscamos la pureza y la claridad de convicciones, para así poder confiar y vivir en la verdad. Anhelamos la pureza de corazón. Jesús nos ve tal cual somos y su invitación es clara, a librarnos de segundas intensiones. El primer paso para acercarnos y ver a Dios es tener un corazón puro.
El corazón puro no está enturbiado, no se menos precia, no condena, porque para ello es necesario confrontar nuestras pasiones, pero necesitamos conocerlas. El corazón puro es senillo, limpio y claro, habla siempre con verdad, dice lo que dice y no juzga los demás.
Para ello debemos pedirle a Jesús desde el fondo de nuestro corazón en una oración humilde por la transformación. Si vemos en la escritura, el pasaje evangélico de la Transfiguración nos permite comprender el proceso. Jesús en su oración se transfigura, nosotros en la oración ponemos nuestro ser bajo la mirada amorosa del Padre, quien trae la luz a mi vida.
Cuando Dios ilumina mi oscuridad, es capaz de encontrar la autenticidad, se ser puros, de ser transparentes porque estamos en perfecta sintonía con nosotros mismos. La felicidad prometida es la de ver a Dios.
Por tanto, lo más alto a lo cual el hombre puede aspirar, es hacerse uno con Dios.

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