jueves, 10 de enero de 2013

La armonía superior

Nuestro caminar por las bienaventuranzas nos ha llevado a comprender muchos aspectos de nosotros mismos. Hemos confrontado dolores profundos para lograr dar vida al ser quien buscamos ser. Ahora avanzaremos en nuestro proceso, en esta entrega: “bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.
El anhelo más profundo del hombre es la paz, hoy tenemos 16 países a lo largo y ancho del planeta en guerra. Cuanto menos se tiene la paz, más se busca, pero no sólo la paz hacia el exterior, sino al interior.
La violencia se vive en todos los niveles, tanto en la esfera política, social, cultural, pero también religiosa, los autores clásicos le llaman “choque de civilizaciones”. Por su parte, un grupo catastrofista apuesta por un futuro donde la única constante sea la guerra.
Pero también, en nuestro microcosmos, cada persona tiene un conflicto interior de diversa índole, por su trabajo, por la falta del mismo, por la familia, en fin, cada uno sabe. Pero lo más deseado es alcanzar la paz interior. Por eso también, buscamos acercarnos a personas quienes sean capaces de irradiar paz, porque luchan por la reconciliación, no juzgan, no condenan, acogen, reciben, aman.
Esta bienaventuranza va directo a lo más profundo de nuestro corazón, porque habla a quienes están dispuestos a trabajar por la paz, a quienes van a reconciliar a quienes están en disputa, a privilegiar diálogo.
Para lograr ese ideal, primero necesitamos estar en paz con uno mismo, una frase define ese proceso, hacer la “paz con nuestro adversario interior”, pero más allá, respetarlo, para así lograr unir esfuerzas y avanzar. Entonces una vez logrado ello, aprenderemos a convertir a los enemigos en amigos.
Así eliminaremos los “signos de muerte” en nosotros y en nuestro alrededor, porque así me libero de todo cuanto estorbo hay dentro de mí. Así llegamos al ideal, porque quien puede resolver sus conflictos internos logra la armonía superior, participa de Dios, porque Él mismo es uno consigo mismo. El hombre por tanto será uno consigo mismo, sin división, ni conflicto.
Quien está en perfecta armonía consigo mismo, logra la paz interior y así puede ir en busca de la paz, puede trabajar para lograr instaurar la paz en su alrededor, pero sólo si parte de sí. Al ir en pro del prójimo, logra la felicidad plena.
Esa felicidad en plenitud, se logra porque al buscar la paz, perfeccionamos nuestra filiación divina. Pero al vivir como hijos, no como niños, sino como adultos quienes buscan instaurar la paz de Dios. Entonces se refuerza mi paz interior, porque soy conciente de mi condición humana, cobro conciencia de mi ser y así vivo en armonía con mi entorno. La paz sólo se construye con amor.

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