Nuestro caminar por las bienaventuranzas nos ha llevado a
comprender muchos aspectos de nosotros mismos. Hemos confrontado dolores
profundos para lograr dar vida al ser quien buscamos ser. Ahora avanzaremos en
nuestro proceso, en esta entrega: “bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios”.
El anhelo más profundo del hombre es la paz, hoy tenemos 16
países a lo largo y ancho del planeta en guerra. Cuanto menos se tiene la paz,
más se busca, pero no sólo la paz hacia el exterior, sino al interior.
La violencia se vive en todos los niveles, tanto en la
esfera política, social, cultural, pero también religiosa, los autores clásicos
le llaman “choque de civilizaciones”. Por su parte, un grupo catastrofista
apuesta por un futuro donde la única constante sea la guerra.
Pero también, en nuestro microcosmos, cada persona tiene un
conflicto interior de diversa índole, por su trabajo, por la falta del mismo,
por la familia, en fin, cada uno sabe. Pero lo más deseado es alcanzar la paz
interior. Por eso también, buscamos acercarnos a personas quienes sean capaces
de irradiar paz, porque luchan por la reconciliación, no juzgan, no condenan,
acogen, reciben, aman.
Esta bienaventuranza va directo a lo más profundo de nuestro
corazón, porque habla a quienes están dispuestos a trabajar por la paz, a
quienes van a reconciliar a quienes están en disputa, a privilegiar diálogo.
Para lograr ese ideal, primero necesitamos estar en paz con
uno mismo, una frase define ese proceso, hacer la “paz con nuestro adversario
interior”, pero más allá, respetarlo, para así lograr unir esfuerzas y avanzar.
Entonces una vez logrado ello, aprenderemos a convertir a los enemigos en
amigos.
Así eliminaremos los “signos de muerte” en nosotros y en
nuestro alrededor, porque así me libero de todo cuanto estorbo hay dentro de
mí. Así llegamos al ideal, porque quien puede resolver sus conflictos internos
logra la armonía superior, participa de Dios, porque Él mismo es uno consigo
mismo. El hombre por tanto será uno consigo mismo, sin división, ni conflicto.
Quien está en perfecta armonía consigo mismo, logra la paz
interior y así puede ir en busca de la paz, puede trabajar para lograr
instaurar la paz en su alrededor, pero sólo si parte de sí. Al ir en pro del
prójimo, logra la felicidad plena.
Esa felicidad en plenitud, se logra porque al buscar la paz,
perfeccionamos nuestra filiación divina. Pero al vivir como hijos, no como
niños, sino como adultos quienes buscan instaurar la paz de Dios. Entonces se
refuerza mi paz interior, porque soy conciente de mi condición humana, cobro
conciencia de mi ser y así vivo en armonía con mi entorno. La paz sólo se
construye con amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario