A petición de ustedes, con mucho gusto comparto la anécdota
de los tres árboles, la cual relatamos en el programa del Pulso de la Fe de mi
querido amigo Roberto O´Farrill.
En un poblado, fueron plantados tres árboles, ellos desde
pequeños, tenían sueños muy grandes, cada uno a su forma buscaba ser el árbol
más importante del mundo.
Cada uno fue creciendo y desarrollándose, cada uno seguía
con sus ideales, los cuales les alimentaban las ganas de seguir creciendo y preparándose.
Todos tenían sueños diversos.
El primer árbol soñaba con ser el cofre del tesoro más
valioso del mundo, porque estaría forrado de los mejores materiales, eso le
motivaba mucho. Se veía a sí mismo recubierto de oro, de seda o de otros más
valiosos. Se imaginaba como la posesión más valiosa del mundo.
El segundo árbol, para sí pensaba convertirse en el navío
más poderoso, el cual surcaría los ríos, mares y océanos. Sería la nave
insignia de la flota más importante del mundo, en él estaría un rey fuerte y
digno de respeto y veneración.
El tercer árbol buscaba convertirse en el más importante del
mundo, el más fuerte, poderoso, el cual sería referencia para todo el mundo y
todo quien lo viera, doblara la cabeza.
Así pasó el tiempo, cada uno creció, hasta un día cuando
llegaron los leñadores. Al primero fue enviado al aserradero, donde se terminó
por convertir en una caja de lo más simple, sin adorno alguno, sin tratamiento de
ninguna especie. Aquél cuyo sueño era convertirse en un cofre de un gran
tesoro, se convirtió en un lugar donde los animales de una cueva comían. El
pobre árbol estaba inconsolable.
El segundo árbol, vio la suerte del primero y pensaba, a mí
no me pasará lo mismo. Llegó el tiempo en el cual unos pescadores lo cortaron,
de ahí empezaron a preparar una barcaza, la cual fue la más simple y pobre, en
ella esos pescadores todos los días lanzaban sus redes. La suerte estaba
echada, el árbol se convirtió en una pobre lanchita llena de huecos. No podía
tener peor destino.
El tercer árbol se encontró con su destino, no podía dar
crédito al hecho, lo estaban cortando, él quien había crecido en la cima de una
colina y era referente de la comunidad, era talado. Lo convirtieron en un par
de trozos de madera y fue aventado a una bodega junto con muchos de su estilo.
Ahí quedó solo y abandonado, llenándose de polvo, aquél orgulloso árbol quedó
botado en ese lugar.
Así pasaron los años. En esa cueva donde estaba esa simple
caja, llegó una familia muy pobre, un señor llevando a una mujer embarazada. Al
poco tiempo da a luz a un pequeño niño, al cual lo pusieron en su interior,
cuidadosamente preparado. Al poco tiempo, llegaron tres personas con tres
regalos y también un grupo de pastores.
Transcurrieron más años, un grupo de pescadores dueños de la
barca, vieron de pronto venir sobre las aguas a un hombre, quien iba a su
encuentro. Uno de ellos bajó de la barca y caminó sobre las aguas hasta un
momento donde se hundía poco a poco, este hombre lo rescató. Después, ese
hombre se quedó dormido y de pronto se soltó una terrible tormenta, todos
atemorizados lo despertaron y Él le ordenó al mar y al viento guardar la calma.
Años después, tomaron al tercer árbol, lo pusieron a cuestas
de un hombre ensangrentado, lastimado, quien la tomó, la abrazó y besó. No
entendía nada, durante todo el trayecto a una colina cercana todo el mundo se
burlaba de Él, lo escupían, le gritaban de cosas. Tuvo varias caídas, un hombre
lo obligaron a ayudarle con el peso. Llegaron al monte, y ese hombre era
clavado en el árbol, no entendía lo sucedido. Cuando murió el hombre un temblor
sacudió el mundo entero y hubo tiniebla.
El primer árbol descubrió tiempo después su destino. En su
interior había albergado el tesoro más grande y valioso del universo, el Hijo
de Dios estaba en su interior y la familia eran José y María.
El segundo árbol comprendió sobre quién estaba navegando en
él, el Rey del Universo, a Jesús el Mesías. Se convirtió así en la embarcación
más importante no sólo del mundo, sino del universo.
El tercer árbol captó sobre su destino, se convirtió en la
cruz de Cristo, por la cual la redención de la humanidad tuvo lugar. Desde ese
día hasta el final de los tiempos, todos quienes contemplan la cruz, inclinan
la cabeza en señal de respeto, reverencia y veneración.
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