lunes, 14 de enero de 2013

Los retos me obligan y orientan a estar a la altura de ellos

Estamos por concluir nuestra serie de las bienaventuranzas como camino a la felicidad. Hemos llevado paso a paso el compartir de las siete anteriores, ahora a punto de cerrar, entregamos la octava: “bienaventurados los que sufren por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.
En el mundo impera una necesidad de justicia, muchas personas claman por ella, en todos los ambientes, en todas las circunstancias, pero es una realidad, muy pocos están dispuestos a arriesgarse por buscar o clamar por la justicia.
La injusticia se sufre aún en cosas insignificantes, incluso a quienes piensan diferente, quienes son de un modo de ser particular o quienes se han visto en necesidad de ocultarse. En todas las épocas están los poderosos quienes marginan a los más débiles.
El llamado al cristiano es a no permanecer indiferentes al sufrimiento ajeno, no sólo ocuparnos sino preocuparnos. Porque el ideal será hacer sentir a todos como en casa. Hoy se busca con mayor frecuencia a personas quienes estén dispuestos a cambiar el mundo luchando por la justicia, pero el inicio es contigo mismo, tu alrededor inmediato y luego el mundo.
Hemos insistido mucho en el camino de la bienaventuranza, pero también nos permiten salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro y eso me hace plenamente feliz. Brota desde lo más profundo de mi ser la necesidad de buscar la belleza del mundo y eso me da valor para luchar por lo justo.
Jesús alaba por otro lado a quien es perseguido a causa de la justicia, ello no es nada placentero, pero esa persecución nos lleva a ser nosotros mismos. La valentía se manifestará en defender nuestros propios ideales, pero también expresa nuestra libertad interior. Quien no se mantiene firme a sus convicciones es un cobarde y se vuelve manipulable, pero más aún, se vuelve esclavo.
Quien lucha por la justicia se vuelve incómodo, pero serán felices, porque aún cuando perciben la hostilidad, están en perfecta paz consigo mismo. Uno de los Padres de la Iglesia señala, la persecución es oportunidad para descubrir y desarrollar nuestras capacidades. Todos los retos me obligan y orientan a estar a la altura de ellos.
La promesa de felicidad de Jesús es el reino de los cielos, de la misma forma a quienes son pobres de espíritu porque son libres, porque han encontrado en Dios su motivo se ser, su centro y razón de existir.
Cuando asumo el señorío de Dios, cuando de verdad reina en nosotros, somos libres y nadie tendrá poder sobre mí. Entonces soy plenamente feliz.

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