Un hombre puede jactarse en cierto momento de ser
autodidacta en ciertas cosas, pero de una u otra forma hubo quien le guiara,
orientara y mostrara algo. A siete días y tanto para agradecer, quiero hacer un
pequeño homenaje a todos mis profesores, maestros, guías y a todo aquél quien
tuvo la caridad de enseñarme algo.
La primera educación y formación se recibe en casa, pero una
vez avanzadas las etapas, se llega al colegio, donde profesores tienen la grave
labor de instruirnos. Mi primer colegio fue el Godwin, donde ingresé a maternal
y hoy a tantos años de distancia, lo recuerdo tan vívidamente.
Posteriormente pasé al colegio donde pasé una etapa, de las
más felices de mi vida, pero también de las más largas, el CEYCA. Todo lo
vivido en el colegio me permitió recibir una instrucción muy adecuada, pero
también una formación integral, ahí aprendí muchas cosas, pero lo más
importante, la relación con Dios.
Ahí tuve grandes profesores, quienes además de mostrarme su
gran conocimiento en su tema, me demostraron una gran calidad humana. Esos
grandes hombres, se convirtieron en amigos.
Posteriormente, ingresé a la Universidad Panamericana, donde
tuve grandes profesores, quienes me permitieron dar lo mejor de mí y más allá.
Aún cuando tuve el honor de ser su alumno poco tiempo, fue suficiente para
dejar una huella en mi vida.
Reorientando mi vida, comencé otra etapa muy larga y grata
de mi vida, la etapa universitaria en la Anáhuac México Sur. Hombres y mujeres
quienes se paraban delante de un salón de clases me permitieron amar mi ciencia
y disciplina, atender los pequeños detalles y buscar siempre la excelencia.
Cuánto bien hace una persona entregada a la gran labor de la
docencia, del buscar formar conciencias, pero lo más importante, seres humanos
íntegros. Una vez, terminada la etapa universitaria, siempre se llega a una
etapa profesional, la cual no sería nada sin un adecuado sustento.
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