Conforme la vida del hombre avanza, crece su familia,
personas a quienes ama, quienes se convierten en compañeros de camino, pero
también son la familia de elección. A ocho días y tanto para agradecer, es
justo recordar a mis amigos.
Dios me ha concedido la gracia de su presencia en mis
amigos, quienes son mis hermanos y hermanas, quienes siempre han estado ahí
cuando he necesitado aliento, fuerza, coraje; pero también cuando hemos estado
en la fiesta, en la bonanza y en la felicidad.
No podría imaginar mi vida sin la presencia de mis amigos,
sin su cercanía, sin su calidad humana. Cada uno me ha enseñado algo, me ha
dejado una huella en mi corazón indeleble.
Cuando la amistad es, como la cual me puedo preciar de
ellos, eterna, porque pudieran pasar muchos años sin vernos, sin tener
contacto, pero al volver a verlos es como si la última vez de haberlos visto
hubiese sido el día anterior. Todo igual, con excepción del amor, porque es
mayor y más maduro.
Agradezco a Dios a cada uno de ellos, porque han sido
compañeros de peregrinación, siempre juntos, al mismo paso, cuando he bajado el
ritmo, no lo permiten y me han impulsado a dar lo mejor de mí.
A todos ellos les estaré agradecido siempre, tienen un lugar
especial en mi corazón y su huella en mi alma.
Mis maestros y formadores, se han convertido en grandes
amigos.
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