domingo, 5 de agosto de 2012

A ocho días y tanto para agradecer

Conforme la vida del hombre avanza, crece su familia, personas a quienes ama, quienes se convierten en compañeros de camino, pero también son la familia de elección. A ocho días y tanto para agradecer, es justo recordar a mis amigos.
Dios me ha concedido la gracia de su presencia en mis amigos, quienes son mis hermanos y hermanas, quienes siempre han estado ahí cuando he necesitado aliento, fuerza, coraje; pero también cuando hemos estado en la fiesta, en la bonanza y en la felicidad.
No podría imaginar mi vida sin la presencia de mis amigos, sin su cercanía, sin su calidad humana. Cada uno me ha enseñado algo, me ha dejado una huella en mi corazón indeleble.
Cuando la amistad es, como la cual me puedo preciar de ellos, eterna, porque pudieran pasar muchos años sin vernos, sin tener contacto, pero al volver a verlos es como si la última vez de haberlos visto hubiese sido el día anterior. Todo igual, con excepción del amor, porque es mayor y más maduro.
Agradezco a Dios a cada uno de ellos, porque han sido compañeros de peregrinación, siempre juntos, al mismo paso, cuando he bajado el ritmo, no lo permiten y me han impulsado a dar lo mejor de mí.
A todos ellos les estaré agradecido siempre, tienen un lugar especial en mi corazón y su huella en mi alma.
Mis maestros y formadores, se han convertido en grandes amigos.

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