Es más frecuente encontrar personas quienes no soy
congruentes con su obrar y pensar. Ni si quiera son capaces de honrar un
compromiso o una promesa, logrando ser indignas de confianza, atención o
credibilidad.
Lo peor de la situación, se sienten víctimas de todo su
entorno, pero no se dan cuenta de su responsabilidad de su soledad. Hacen
imposible convivir con esas personas, porque todo, según ellos, está en su
contra, todos conspiran, quieren afectarles o hacerles daño.
La importancia de la congruencia hace tomar consciencia de
nuestra responsabilidad en las relaciones interpersonales. No puedo culpar a
los otros de mi infelicidad, frustración y odios, porque son enteramente
decisión mía, pero también, es mi deber coadyuvar para lograr un clima
propicio.
Todo esto se refleja en cualquier grupo de pertenencia
humano. En la familia si hay deficiencias en sus miembros será imposible tener
una relación de amor, si quiera de tolerancia. La congruencia toma un papel
fundamental, porque la familia se sustenta en compromisos de miembros, es
decir, saber jugar en equipo, ahora tan de moda con las olimpiadas; pero es una
realidad. Basta con uno para ser piedra de tropiezo, se rompe la armonía y no
funciona.
Si se analiza este pequeño núcleo humano, el ejercicio se
puede hacer una traspolación a cualquier ámbito, la empresa, los amigos, etc.
De ahí, entonces la importancia de la congruencia, porque una
persona congruente con su decir y obrar, con su pensar y actuar, permite ser
una persona de unión y no de división.
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