En la vida ordinaria, en la cotidianeidad, se corre el
peligro de acostumbrase a las cosas de Dios. Es decir, perder el sentido de gratitud
sobre los dones recibidos, incluso las adversidades y los retos.
Dios es tan maravilloso, porque siempre respeta la libertad
de sus creaturas, nos deja ser, nos da espacio, margen de maniobra, pero ello
trae como consecuencia el querer buscar encerrar a Dios a nuestra conveniencia.
Si encasillamos a Dios, no le dejamos ser a Dios, Dios; es
cuando vienen las dificultades, porque la fe no está sustentada en el amor a
Dios. Es curioso pero es cuando nosotros comenzamos a creernos jueces de los
demás, somos como fariseos de los tiempos de Cristo.
Más aún, queremos pretender vivir como si Dios no existiera
y no tuviera nada nuevo que decirnos; como si fuera una realidad fuera a la
nuestra y mientras, según nosotros, lo conocemos más, es cuando lo perdemos
más.
Por eso, es importante, vivir con la sorpresa de la fe, con
la alegría de la esperanza y con la fuerza del amor. Hay que dejar a Dios ser
Dios y permitirle actuar en nuestra vida, aceptar su proyecto y al final
siempre nos sorprenderá, porque viviremos en la auténtica libertad.
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