Llegó el día de las elecciones, la voluntad popular se
expresó de una u otra forma en las urnas, se obtuvo un resultado; el cual en
honor a la verdad, era esperado. Algunos tomando una actitud republicana
reconocieron el resultado adverso, demostrando el compromiso con la democracia.
Pero no fue el caso de algunos contendientes y
simpatizantes, porque una hora después comenzaron las descalificaciones, reclamos,
burlas y mofas al proceso democrático. La falta de madurez se ha hecho presente
y latente, al final, se recoge lo sembrado, el odio.
Para pretender vivir una democracia debe ser más que un
simple voto, debe ser una actitud permanente de aceptar y tolerar las
opiniones, puntos de vista y postulados del otro; estar abierto al diálogo y al
debate de ideas. A no expresar estúpidamente, odio a tal, por el hecho de ser
diferente a mí.
Pero ante todo ello, sólo podemos hacer una reflexión la
cual nos puede servir para mejorar como país, pero en especial como persona. En
una conferencia ofrecida por su servidor, retomaba un consejo dado por un gran
amigo, el cual quiero retomar.
La reflexión versa sobre nuestras posturas frente a lo
diferente, la primera, frente a lo diferente, busco destruirlo porque justo
eso, es diferente a mí, que no quede nada de ello. La segunda postura, un poco
más astuta, busco amoldarlo y manipularlo para hacerlo como yo. La tercera es
la más congruente, ante lo diferente busco complementar mis limitaciones con la
perspectiva del otro, así ambos nos enriquecemos, porque me di la oportunidad
de conocer, dejar ser libre al otro.
En fin, son muchas las cosas para aprender, pero algo claro,
nunca cerrarnos al encuentro del otro.
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