En la vida siempre hay momentos complicados, dificultades a
sortear, pruebas a superar y obstáculos por vencer. La grandeza y el éxito de
las personas, se miden no por las obras realizadas, por el dinero generado o
por una fama vana, sino por su capacidad de sobreponerse a los retos de la vida
y seguir sonriendo, sin perder su paz interior.
Pero eso sí, una persona tiene derecho a sentir y
experimentar tristeza, amargura, contrariedad y decepción, pero no se vale el
aventar cargas a otros. Porque al final del día somos responsables de las
decisiones tomadas, de los caminos elegidos y de nuestra forma de reaccionar
frente a los embates.
Cuando se vive en comunidad, se debe buscar al final del día
contribuir en la medida de nuestras posibilidades a hacer más llevadera la
carga de la vida cotidiana, no a ser piedra de tropiezo y de contrariedad.
Al final, la caridad debe ser privilegiada para encontrar
los puntos de unión y no acentuar los defectos del otro, porque es una prueba
de inmadurez pensar que el otro está mal cuando no me he visto mi reflejo, sin
darme cuenta de mi contribución al encono y al odio.
Lo más sencillo es tirar la toalla y echar la culpa a los
otros de las cosas por las cuales yo soy responsable. La vida es asumir mi
responsabilidad para dejar de aventar cargas a otros por mis estupideces e
inmadureces.
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