El XVI Domingo del Tiempo Ordinario (Mt 6, 30 – 34), Cristo
nos recuerda una realidad, todos somos responsables del rebaño.
“Los Apóstoles
se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El
les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un
poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni
para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
Al verlos
partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a
aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran
muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y
estuvo enseñándoles largo rato”.
Es curioso el inicio del Evangelio, porque vemos a un Jesús
un poco más humano, es decir, alguien quien se preocupa por el descanso de sus
discípulos después de una larga jornada. Era necesario recuperar las fuerzas
para seguir, pero también daría una oportunidad de convivencia.
Pero al final, no se pudo dar, porque las personas quienes
se encontraban en el lugar deseaban estar con Jesús y sus discípulos. Como dice
el texto, se encontraban como ovejas sin pastor.
La escena es tan familiar, porque hoy es tan común tener esa
sensación, la de estar a la deriva, perdido, sin una luz o una guía. Pero es
cuando recordamos ese aspecto, Cristo se hace presente en nuestros pastores, en
nuestros padres, profesores, amigos, hermanos, para encontrar el camino
adecuado en el momento justo.
Es así cuando también nosotros tomamos consciencia de
nuestro papel de pastores de un rebaño al cual debemos cuidar; los padres a sus
hijos, los amigos entre amigos, los profesores a sus alumnos. Así nos damos
cuenta sobre la realidad de la vida, no estamos solos y somos compañeros del
camino.
Nosotros con nuestro obrar podemos ser facilitadores del
paso del Señor a través nuestro para los demás, nos convertimos en señal de luz
y de esperanza, pero también nos convertimos en buena nueva. Pero también,
podemos ser piedra de tropiezo para otros, cuando actuamos de forma inmadura, o
buscamos llevarnos a los otros en nuestro propio camino a la perdición.
Por tanto todos somos responsables de nuestro rebaño, del
ejemplo y testimonio brindado, pero también debemos cuidar de los malos
ejemplos para no ser piedra de tropiezo para otros.
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