domingo, 27 de octubre de 2013

El peso de la libertad

XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 9 – 14) se acerca el fin del Ciclo Litúrgico, pero para prepararnos, analicemos nuestra postura delante de Dios.

“Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".
La tentación del católico es ser un católico fariseo, es decir, aquel quien se atreve a mirar de arriba abajo a sus semejantes, incluso a juzgar, señalar, acusar, calumniar e incluso a juzgar.
Se presentan a sí mismos como ejemplo de moralidad y rectitud, les gusta ser alabados y ocupar los lugares de honor y si por ellos fuera, harían de lado al Papa Francisco. Pero delante de Dios quieren atreverse incluso a dar su opinión y creer es mejor y superior. Su frase favorita es esa, “gracias porque no soy como esos”.

Triste noticia les tendremos, están muy alejados del cielo, de la vida eterna, porque Dios no es lo que busca, quiere la humildad de quienes como el publicano no somos capaces si quiera de levantar los ojos para ver al Señor Crucificado porque nos duelen nuestros pecados, nos duele un pasado el cual lo ponemos en sus manos.

Los católicos publicanos sabemos perfectamente, no somos mejores ni peores que otros, no hacemos comparaciones porque no sabemos los procesos internos de los demás, por el contrario, nos mostramos comprensivos y misericordiosos, porque el mismo Dios ha sido y es muy paciente con nosotros.

Nos golpeamos el pecho porque sentimos el peso de nuestras decisiones, muchas agradaron a Dios, muchas no, con nuestra vida hemos comenzado a construir o el cielo o el infierno desde ahora. Sentimos el peso de la libertad en nuestros hombros, porque nuestras decisiones marcarán la vida eterna.


Importante tener esa actitud delante de Dios, se ser como soy, de la forma en la cual me ha creado, porque así me quiere, así me quiso, así me querrá. Nada como vivir en la humildad aceptando quien soy y tener la conciencia de mi creador, frente a quien delante de Él, no soy nada.

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