jueves, 10 de octubre de 2013

Compartir MESAC 26 de septiembre segunda parte

¡Venga Tu Reino!

Adolfo Ruiz Guzmán
26 de septiembre de 2013
Retiro
Convento…
La fe madura
Introducción

Seguimos en nuestro compartir, en nuestro retiro, hace un momento tocamos en nuestra meditación un tema enteramente espiritual, ahora es necesario aterrizar todo ello para así poder poner elementos prácticos para nuestra vida diaria.

De acuerdo a nuestro caminar de estas sesiones, ya hemos partido con la premisa del “joven rico”, ya descubrimos un poco el proceso que debemos seguir para reencontrarnos con el Resucitado si es que hemos perdido el camino o para reafirmar nuestro proceso de fe. Hablemos ahora de la Fe Madura.

Es muy importante que analicemos qué nos toca hacer en el cumplimiento de nuestro proceso hacia la Fe Madura. Por tanto hay, y más como MESAC,  apoyar a nuestros semejantes a que desarrollen la experiencia con el Cristo vivo para crear actitudes que formen convicciones. Que esas convicciones es lo que le es propio al católico, la convicción de la Fe en Jesucristo.

Todo hombre, ya lo decía Aristóteles necesita de elementos materiales para poder comprender algo. Es por eso, que se ocupan signos dentro de los sacramentos, pues detrás de cada sacramento hay un misterio de Dios.

El problema de no adentrarnos en ese proceso es que me puedo convertir en el católico de las cinco veces, que va al templo cinco veces en su vida, cuando nace, se bautiza; cuando hace la Primera Comunión; cuando hace la Confirmación; cuando se casa y cuando se muere.
El proyecto de Jesús

Cuando hablen de Jesús como centro de nuestra Fe, expliquen, pasa lo mismo que en toda relación, hay cercanía, hay lejanía, se pierde y luego vuelve, sufre crisis, sufre la noche oscura, se experimenta sequedad, acedia, etc. llega a parecer extraño, pero se percibe todavía más: ¡el silencio de Dios! El totalmente otro, más allá de toda fantasía o de percepciones sicóticas.

Jesús no es mago, no es tampoco un quita pesares, no es manipulable, no es ídolo. Hablo de una fe madura, no ingenua o quizá enfermiza. ¡Lejos de ello! Hablo de una fe evangélica, sanadora, que da vida, que me da brío para enfrentar conflictos cotidianos, de igual manera como lo hacía Jesús. Y de esa relación evangélica, profunda, única con Jesús, puedo decir: ¡creo en Jesús el viviente!; de manera que creo en aquel que me muestra otra manera de ser de Dios, única y auténtica: el Dios vivo, el totalmente otro. El relacionarme con Jesús no puedo construir una imagen cualquiera de Dios, sino aquélla que me lleve a mi verdadera felicidad.

Como San Pablo necesito experimentar a Jesús vivo dentro de mí de manera que transforme toda mi existencia; Pablo se desgastó en filosofías, en el Antiguo Testamento, en el fariseísmo hasta que se dejó encontrar por el resucitado que vive para siempre y pudo decir: “todo me parece basura” (Fil 3,8); “para mí la vida es Cristo” (Fil 1,21).

Al descubrir a Jesucristo vivo acepto que Él es mi Señor, quiero estar bajo su luz, bajo su Evangelio, en el proyecto de las bienaventuranzas, en su Misterio Pascual, en la vitalidad de la vida, etc. pero qué sucede entre nosotros objetivamente: ¿se puede ser masón y católico al mismo tiempo? Acaso… ¿se puede creer en la reencarnación y en la resurrección en Cristo? O quizá ¿se puede aprobar la pena de muerte y creer que el perdón aun al enemigo nos hace libres? Etc. Etc. Si nosotros estuviéramos bajo el señorío de Cristo lo único  que Él tendría que hacer es decir una palabra y eso sería suficiente.
Hay hermanos nuestros que creen que el Evangelio es si yo quiero, si me acomoda, si es propuesta posmoderna, si no afecta a mis intereses, si no rompe mi ascenso a tal puesto de gobierno o de la empresa. ¿Puede un doctor discípulo de Cristo aconsejar o provocar un aborto? ¿Puede un abuelito, creyente en el señorío de Cristo, pagar el costo de un aborto a la nieta o la novia del nieto?

Todavía algunos católicos creen que serlo es como tener una membresía en el club Iglesia Católica, lejos de decir y vivir como siervo del único Señor; aceptar que sin sujeción a Cristo, a su Evangelio, a su moral que fluye de éste, sin vivencia profunda de los sacramentos, no puede haber discipulado de Jesús nuestro Señor. Hay que enseñar que el camino de Jesús es duro, es demandante, pero me lleva a la plenitud y a la vitalidad, a la vida eterna. No nos engañemos, Dios nunca nos va a quitar la cruz, pero nunca nos va a dejar solos.
Nadie cree solo… Cristo necesita testigos y no parlanchines

Nos toca recorrer el camino, la fe es camino, el discipulado es camino y pasa por la cruz,  pero ésta no es definitiva; lo definitivo es la Resurrección. Es la etapa de la verdad completa o plena. A la pasión, al juicio injusto, al camino de la cruz le falta la resurrección. Por ejemplo, se repara o rehace una casa, se tira algo o mucho y llega el dueño diciendo: ¿qué has hecho? Mi jardín, ¡qué desastre! ¡Mis escaleras, las cortinas, puertas y ventanas! Y le dice el arquitecto, están en proceso, no están terminados, falta detallar y pulir, ¡espere! Por eso muchos arquitectos no permiten que el dueño vea la obra a mitad del camino o del proceso, hasta que termine para que no se frustre. Veo un enfermo, su deterioro, su minusvalía, sus discapacidades, etc., el ateo puede decir: ¿esta es la obra maestra de Dios? Y el hombre de fe responde con aplomo con esperanza: ¡La obra no está terminada! Falta la resurrección, ¡falta la plenitud!

Ahora bien, apenas van 45 años después del Concilio Vaticano II. Así como la Iglesia primitiva buscó solucionar el problema de cómo engendrar y hacer un cristiano para que participe del Misterio de Cristo y de la vida de la Iglesia,  pues el ¡cristiano se hace, no nace!; así como la Iglesia misionera antes del Concilio fue encontrando dichos “cómos” y lo planteó en el Concilio Vaticano II; así como ellos encontraron proyectos que se hicieron sistemas y caminos, se hicieron ritos y desataron procesos, nos corresponde a nosotros vibrando con Aparecida que pide un nuevo Pentecostés detonar los procesos, encontrar caminos teniendo claridad suficiente sobre el objetivo de la Iniciación y el proceso integral de la misma. ¡Nadie cree solo, Cristo necesita testigos no parlanchines!

Vivimos en esta ciudad poliédrica en sus culturas, que nos ofrece un variopinto de respuestas a cada paso de la vida desde el fatalismo, el hedonismo, el liberalismo, el neoliberalismo, el relativismo, el secularismo y otras ideologías imperantes transversales que permean la vida toda en esta realidad; podría ser que alguien decidiera o por inercia fuera padeciendo la historia en vez de transformarla y vivirla.

Invito a todos a ser ustedes mismos con identidad, con sentido de la vida misioneros en esta realidad, anunciadores de otra cultura alternativa marcada por el Evangelio, desde el encuentro con Jesucristo vivo, desde su señorío. Vamos sembrando evangelio como lo hicieran los Santos en cada momento de la historia que les tocó vivir, como Ignacio de Loyola, Juan Bosco, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, etc., hay gente que decide vivir en amargura esta situación, que vive en desesperanza, en neurosis o quizá en sicosis u otras respuestas a situaciones límite. Nos toca escardar la tierra y sembrar con paciencia como los Santos que nos han precedido. Eso es lo propio del Católico.

Como lo dice la I Jn 1,1-3; estos aquellos de quienes dice el Evangelio que fueron los primeros discípulos: Jn1, 35-42. Quizá como los de Emaús quienes desilusionados fueron alcanzados por Jesús mismo resucitado y lo afirma en su fe y vuelven a la comunidad: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba les Escrituras?” (Lc 24, 32-35)


Ante la realidad histórica que nos toca evangelizar, aquí donde vamos a ser buena noticia, en esta ciudad del relativismo,  el creyente en el señorío de Cristo recurre a la revelación: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 31-33). La hostilidad del mundo no es señal de derrota, el sistema injusto ha recibido su sentencia, la victoria ya está conseguida, al modo de Dios. Para quien cree en el señorío de Jesús el orden injusto ha quedado desacreditado para siempre. Cada vez que el mundo de la maldad cree vencer, confirma su fracaso. La esperanza en la resurrección muestra que el límite de las posibilidades humanas no constituye ni remotamente el límite de las posibilidades de Dios. Deja que Dios sea Dios con el final de su obra: la Resurrección: ¡YO HE VENCIDO AL MUNDO!

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