¡Venga Tu Reino!
Adolfo Ruiz Guzmán
26 de septiembre de 2013
Retiro
Convento…
La fe madura
Introducción
Seguimos en nuestro compartir, en nuestro retiro, hace
un momento tocamos en nuestra meditación un tema enteramente espiritual, ahora
es necesario aterrizar todo ello para así poder poner elementos prácticos para
nuestra vida diaria.
De acuerdo a nuestro caminar de estas sesiones, ya
hemos partido con la premisa del “joven rico”, ya descubrimos un poco el
proceso que debemos seguir para reencontrarnos con el Resucitado si es que
hemos perdido el camino o para reafirmar nuestro proceso de fe. Hablemos ahora
de la Fe Madura.
Es muy
importante que analicemos qué nos toca hacer en el cumplimiento de nuestro
proceso hacia la Fe Madura. Por tanto hay, y más como MESAC, apoyar a nuestros semejantes a que
desarrollen la experiencia con el Cristo vivo para crear actitudes que formen
convicciones. Que esas convicciones es lo que le es propio al católico, la
convicción de la Fe en Jesucristo.
Todo hombre, ya lo decía Aristóteles necesita de
elementos materiales para poder comprender algo. Es por eso, que se ocupan
signos dentro de los sacramentos, pues detrás de cada sacramento hay un
misterio de Dios.
El problema de no adentrarnos en ese proceso es que
me puedo convertir en el católico de las cinco veces, que va al templo cinco
veces en su vida, cuando nace, se bautiza; cuando hace la Primera Comunión;
cuando hace la Confirmación; cuando se casa y cuando se muere.
El proyecto de Jesús
Cuando hablen de Jesús como centro de nuestra Fe,
expliquen, pasa lo mismo que en toda relación, hay cercanía, hay lejanía, se
pierde y luego vuelve, sufre crisis, sufre la noche oscura, se experimenta
sequedad, acedia, etc. llega a parecer extraño, pero se percibe todavía más: ¡el
silencio de Dios! El totalmente otro, más allá de toda fantasía o de
percepciones sicóticas.
Jesús no es mago, no es tampoco un quita pesares,
no es manipulable, no es ídolo. Hablo de una fe madura, no ingenua o quizá
enfermiza. ¡Lejos de ello! Hablo de una fe evangélica, sanadora, que da vida,
que me da brío para enfrentar conflictos cotidianos, de igual manera como lo
hacía Jesús. Y de esa relación evangélica, profunda, única con Jesús, puedo
decir: ¡creo en Jesús el viviente!;
de manera que creo en aquel que me muestra otra manera de ser de Dios, única y
auténtica: el Dios vivo, el totalmente
otro. El relacionarme con Jesús no puedo construir una imagen cualquiera de
Dios, sino aquélla que me lleve a mi verdadera felicidad.
Como San Pablo necesito experimentar a Jesús vivo
dentro de mí de manera que transforme toda mi existencia; Pablo se desgastó en
filosofías, en el Antiguo Testamento, en el fariseísmo hasta que se dejó
encontrar por el resucitado que vive para siempre y pudo decir: “todo me parece
basura” (Fil 3,8); “para mí la vida es Cristo” (Fil 1,21).
Al
descubrir a Jesucristo vivo acepto que Él es mi Señor, quiero estar bajo su
luz, bajo su Evangelio, en el proyecto de las bienaventuranzas, en su Misterio
Pascual, en la vitalidad de la vida, etc. pero qué sucede entre nosotros
objetivamente: ¿se puede ser masón y católico al mismo tiempo? Acaso… ¿se puede
creer en la reencarnación y en la resurrección en Cristo? O quizá ¿se puede
aprobar la pena de muerte y creer que el perdón aun al enemigo nos hace libres?
Etc. Etc. Si nosotros estuviéramos bajo el señorío de Cristo lo único que Él tendría que hacer es decir una palabra
y eso sería suficiente.
Hay
hermanos nuestros que creen que el Evangelio es si yo quiero, si me acomoda, si
es propuesta posmoderna, si no afecta a mis intereses, si no rompe mi ascenso a
tal puesto de gobierno o de la empresa. ¿Puede un doctor discípulo de Cristo
aconsejar o provocar un aborto? ¿Puede un abuelito, creyente en el señorío de
Cristo, pagar el costo de un aborto a la nieta o la novia del nieto?
Todavía
algunos católicos creen que serlo es como tener una membresía en el club
Iglesia Católica, lejos de decir y vivir como siervo del único Señor; aceptar
que sin sujeción a Cristo, a su Evangelio, a su moral que fluye de éste, sin
vivencia profunda de los sacramentos, no puede haber discipulado de Jesús
nuestro Señor. Hay que enseñar que el camino de Jesús es duro, es demandante,
pero me lleva a la plenitud y a la vitalidad, a la vida eterna. No nos
engañemos, Dios nunca nos va a quitar la cruz, pero nunca nos va a dejar solos.
Nadie cree solo… Cristo necesita testigos y
no parlanchines
Nos
toca recorrer el camino, la fe es camino, el discipulado es camino y pasa por
la cruz, pero ésta no es definitiva; lo
definitivo es la Resurrección. Es la etapa de la verdad completa o plena. A la
pasión, al juicio injusto, al camino de la cruz le falta la resurrección. Por
ejemplo, se repara o rehace una casa, se tira algo o mucho y llega el dueño
diciendo: ¿qué has hecho? Mi jardín, ¡qué desastre! ¡Mis escaleras, las
cortinas, puertas y ventanas! Y le dice el arquitecto, están en proceso, no
están terminados, falta detallar y pulir, ¡espere! Por eso muchos arquitectos
no permiten que el dueño vea la obra a mitad del camino o del proceso, hasta
que termine para que no se frustre. Veo un enfermo, su deterioro, su
minusvalía, sus discapacidades, etc., el ateo puede decir: ¿esta es la obra
maestra de Dios? Y el hombre de fe responde con aplomo con esperanza: ¡La obra
no está terminada! Falta la resurrección, ¡falta la plenitud!
Ahora
bien, apenas van 45 años después del Concilio Vaticano II. Así como la Iglesia
primitiva buscó solucionar el problema de cómo engendrar y hacer un cristiano
para que participe del Misterio de Cristo y de la vida de la Iglesia, pues el ¡cristiano
se hace, no nace!; así como la Iglesia misionera antes del Concilio fue
encontrando dichos “cómos” y lo planteó en el Concilio Vaticano II; así como
ellos encontraron proyectos que se hicieron sistemas y caminos, se hicieron
ritos y desataron procesos, nos corresponde a nosotros vibrando con Aparecida
que pide un nuevo Pentecostés detonar los procesos, encontrar caminos teniendo
claridad suficiente sobre el objetivo de la Iniciación y el proceso integral de
la misma. ¡Nadie cree solo, Cristo necesita testigos no parlanchines!
Vivimos en esta ciudad poliédrica en sus culturas,
que nos ofrece un variopinto de respuestas a cada paso de la vida desde el
fatalismo, el hedonismo, el liberalismo, el neoliberalismo, el relativismo, el
secularismo y otras ideologías imperantes transversales que permean la vida
toda en esta realidad; podría ser que alguien decidiera o por inercia fuera
padeciendo la historia en vez de transformarla y vivirla.
Invito a todos a ser ustedes mismos con identidad,
con sentido de la vida misioneros en esta realidad, anunciadores de otra
cultura alternativa marcada por el Evangelio, desde el encuentro con Jesucristo
vivo, desde su señorío. Vamos sembrando evangelio como lo hicieran los Santos
en cada momento de la historia que les tocó vivir, como Ignacio de Loyola, Juan
Bosco, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, etc., hay gente que decide vivir en
amargura esta situación, que vive en desesperanza, en neurosis o quizá en sicosis
u otras respuestas a situaciones límite. Nos toca escardar la tierra y sembrar
con paciencia como los Santos que nos han precedido. Eso es lo propio del
Católico.
Como lo dice la I Jn 1,1-3; estos aquellos de
quienes dice el Evangelio que fueron los primeros discípulos: Jn1, 35-42. Quizá
como los de Emaús quienes desilusionados fueron alcanzados por Jesús mismo
resucitado y lo afirma en su fe y vuelven a la comunidad: “¿No ardía nuestro
corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba les Escrituras?” (Lc
24, 32-35)
Ante la
realidad histórica que nos toca evangelizar, aquí donde vamos a ser buena
noticia, en esta ciudad del relativismo,
el creyente en el señorío de Cristo recurre a la revelación: “Yo he
vencido al mundo” (Jn 16, 31-33). La hostilidad del mundo no es señal de
derrota, el sistema injusto ha recibido su sentencia, la victoria ya está
conseguida, al modo de Dios. Para quien cree en el señorío de Jesús el orden
injusto ha quedado desacreditado para siempre. Cada vez que el mundo de la
maldad cree vencer, confirma su fracaso. La esperanza en la resurrección
muestra que el límite de las posibilidades humanas no constituye ni remotamente
el límite de las posibilidades de Dios. Deja que Dios sea Dios con el final de
su obra: la Resurrección: ¡YO HE VENCIDO AL MUNDO!
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