En la actualidad, tras la sorpresiva e inesperada renuncia
de Su Santidad Benedicto XVI, se ha dado una especie de inestabilidad, de duda
e incertidumbre en un tiempo donde se busca Pastor.
Cabe aclarar ciertos puntos, la Iglesia es proyecto de Dios
y Él a través de la acción del Espíritu, va dando las directrices, pasos para
bien de su obra. La renuncia del Papa, si bien, ha dado lugar a muchas
especulaciones, se da en el marco del ejercicio de su libertad y también
después de una profunda oración.
Ello debe dar certeza, pero también, si vivimos el “año de
la fe”, debemos estar confiados en quien creemos, ver estos sucesos como signo
de los tiempos, donde a su vez, nos invita a una reflexión profunda sobre el
origen y destino de la Iglesia, confiada por Jesucristo a su sucesor y a los
apóstoles.
Por ello, también los Señores Cardenales, deben escuchar el
clamor de su grey, de su porción de rebaño. También los laicos esperamos mucho
de quien será el sucesor de Benedicto XVI.
Benedicto XVI deja muy alto el estándar, las sandalias del
Pescador serán difíciles de llenar. Porque se comportó como un pastor,
independientemente de las críticas de los pseudo expertos o “vaticanistas”,
quienes no cuentan con nociones de Eclesiología.
Los laicos esperamos un verdadero pastor, quien sea cercano
a su grey, quien no tenga la tentación de predicarse a sí mismo, quien sea un
vivo ejemplo de Jesucristo, viva la caridad.
Encima de ser un erudito en teología, filosofía o
diplomacia, debe ser un hombre lleno de Dios. Un gran teólogo se pierde en
buscar el sentido al dogma y no a admirarse de ellos, el filósofo en la razón
de las cosas, el diplomático en las relaciones con los Estados. Pero un hombre
lleno de Dios, habla de su gran amor, lo experimenta, lo vive y lo refleja.
Estamos sedientos de la Verdad, la cual se transmite no por
una gran elocuencia, no por una homilía, exhortación, las cuales se convierten
en una cátedra universitaria, pero no trasmiten el amor de Dios. Se predican a
sí, pero a Dios no.
Buscamos un liderazgo, a quien se le admire, a quien sólo
con su andar inspire. Un hombre de Iglesia, quien no rompa con lo hecho por sus
predecesores, por el contrario, quien le imprima su huella, pero sin destruir.
Un hombre improvisado, carente de sentido y liderazgo, inmediatamente quiere
romper con lo anterior por el temor a ser comparado y superado.
Un hombre de Iglesia, quien comprenda los signos de los
tiempos y vaya más allá. Ello implica dar una nueva perspectiva y formas para
evangelizar, no sólo desde una sede o un ambón. Ser accesible a su grey, ayudar
a cada uno con su proceso y su vocación, no a ser un estorbo. Si bien el Papa
no lo puede hacer directamente, pero debe motivar a sus colaboradores más
cercanos.
En pocas palabras, se busca un hombre santo.
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