Como cada año, llega el día de San Valentín, el cual se ha
convertido en el día del amor y la amistad. Es momento para valorar a quienes
son nuestros compañeros de peregrinaje en una gran aventura llamada vida.
El amor y la amistad son elementos indisolubles, es decir,
son coprincipios, no puede darse el uno sin el otro. La amistad es una
manifestación del amor, un amigo guarda una especial relación, se convierte en
cómplice, en compañero de vida y como se dice coloquialmente, la familia a la
cual uno puede elegir.
En tanto el amor, cuando se aprecia en su real dimensión,
permite descubrir nuevos horizontes, es el motor del mundo, el hombre vive
necesariamente de, para y por amor.
La fuerza transformadora del amor es capaz de cambiar al mundo,
porque transforma lo más íntimo del hombre. Reconoce su necesidad de darse al
otro, de entregar todo su ser a quien ama, pero también, aprende a permitir al
otro realizarse en libertad, porque busca su bien máximo.
El amor es el bien más preciado del hombre, porque encuentra
un tesoro, una fuerza la cual le impulsa a dar más allá de sí mismo, de ir
incluso por encima de sus límites, capacidades y realizar lo imposible.
También es momento, de agradecer a todos quienes nos han
expresado su amor de alguna otra forma, a tantos amigos los cuales nos hacen
más llevadero nuestro andar y porqué no, a quienes hemos amado y no nos
supieron corresponder.
En especial a ellos nuestro agradecimiento porque
descubrimos nuestra capacidad de amar y la máxima prueba fue el dejarles
libres. Claro, hay días en los cuales duele su ausencia, otros sólo podemos
darles las gracias por haber compartido un poco de su vida y con ello darnos
vida.
De verdad, la fuerza transformadora del amor no tiene
límites.
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