Hace unos días, tuve la necesidad de acomodar varias cajas
de mi habitación para poder hacer más espacio en los cajones de mi escritorio.
Me quedé impresionado de la cantidad de recuerdos en una caja, cada pedazo de
papel, cada tarea, pase de abordar de avión, en fin.
Pero también reflexionaba el hecho de querer aferrarnos al
pasado, si bien, cada recuerdo me sacaba una sonrisa porque me recordaba
grandes cosas, momentos y también, fundamentales lecciones, pero no iban a
volver jamás y esa es una realidad.
Una caja “contenía” gran parte de mi vida según yo y al
meditar también la realidad de la imposibilidad de volver vivir todo ello,
decidí tirar casi todo el contenido de las cajas. Si no había necesitado el contendido
de las mismas en años, seguramente, en los años siguientes tampoco.
Ni siquiera fue por un aspecto de practicidad, sino de una
reflexión profunda, para vivir el presente, es necesario tirar el pasado y no
llevar nada al futuro. Esas cajas representaban un lastre para mi vida, además
de ocupar un espacio necesario el cual debe ser llenado con nuevas cosas, expectativas
y formar nuevos y gratos recuerdos.
Pero en sí, la vida es una caja. Cada uno vamos acumulando
memorias, experiencias, situaciones, enseñanzas, pero depende de cada uno con
cuál queremos quedarnos, con aquellas valiosas, con las cuales crecimos,
aprendimos, maduramos, pero también, con el amor sembrado y recolectado.
En eso se mide la verdadera riqueza de las personas, en el
amor contenido en una caja la cuál es su vida. Ahí también hay un lugar muy
especial para las personas a quienes amamos, a quienes han alegrado nuestra
vida, de quienes hemos aprendido, de quien nos presentó una oportunidad para
crecer y madurar.
Una caja, la cual al final de nuestras vidas, espero este
llena de amor y no vacía como al principio de la misma. Sólo conservar lo
mejor, sea para cada cual lo que represente.
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