Llegamos al XIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 9, 18 –
24) donde hoy se nos pide realizar un compartir sobre el significado para mí de
quién es Jesús en mi vida.
“Un día Jesús
se había apartado un poco para orar, pero sus discípulos estaban con él.
Entonces les preguntó: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo?». Ellos
contestaron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, y otros que
eres alguno de los profetas antiguos que ha resucitado».
Entonces les
preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro respondió: «Tú eres el
Cristo de Dios». Jesús les hizo esta advertencia: «No se lo digan a nadie».
Y les decía:
«El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades
judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo
condenarán a muerte, pero tres días después resucitará».
También Jesús
decía a toda la gente: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo,
que cargue con su cruz de cada día y que me siga. Les digo: el que quiera
salvarse a sí mismo, se perderá; y el que pierda su vida por causa mía, se
salvará»”.
Al escuchar el anterior pasaje evangélico, es muy usual
escuchar la reflexión sobre el mismo en dos ejes, quién es Jesús para mí y la
otra, tomar conciencia de la importancia de construir para la vida eterna lo
cual se traduce en dar la vida por la mayor causa, Jesucristo.
Pero creo es necesario hacer un ejercicio de compartir
nuestra vivencia de fe, es muy importante hacer nuestra las palabras de San
Pedro “estén dispuestos a dar razones de su esperanza a quien les pregunte”.
Porque podemos decir, Cristo para mí es un profeta, porque
escucho su Palabra, pero se queda en profeta porque no la vivo. Puedo decir es
el Mesías, es el ungido, pero no me siento redimido por Él. Son muchos los
adjetivos pero si no hago una experiencia con una persona viva, mi fe se queda
limitada, se queda estéril, se queda en una relación con algo y no con Alguien.
Hoy podemos decir, mi experiencia con el resucitado es para
mí, un encuentro con quien le ha dado un nuevo significado a mi vida, porque he
experimentado el Amor perfecto, eterno, ilimitado, porque gracias a Jesús mi
relación con Dios se convirtió en Padre.
Es para mí un nuevo sentido a mis sin sentidos, mis
iniquidades, limitaciones y faltas, porque me dice te amo por quien eres y no
por tus obras, porque así como eres, eres perfecto. Desde toda la eternidad te
consagré, desde antes de engendrarte en el seno materno te llamé.
Es para mí, una fuente inagotable de misericordia, porque a
pesar de mis caídas, de mis desamores, de mis pecados, siempre me espera como
ese padre providente en espera de su hijo pródigo. Porque siempre va por mí
cuando me encuentro perdido.
Es para mí, la relación más íntima posible e imaginable,
sustentada en el amor, en la amistad, porque sabe todo, absolutamente todo de
mí y aún así me sigue amando. Porque gracias a esa relación soy capaz de
encontrarme con el otro, porque me he sentido amado y puedo amar.
Gracias a todo ello es por lo cual soy capaz de tomar la
Cruz, para hacerlo de la misma forma en la cual lo hizo el Señor, con dignidad
y amor. Pero también he comprendido lo mejor, el vivir de cara a la vida
eterna. Puedo decir, jamás me he sentido defraudado por creer en Jesucristo.
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