lunes, 13 de diciembre de 2010

Mi alma glorifica al Señor

Una característica de este Adviento, es la constante presencia de María, en el III Domingo de Adviento (Lc 1, 40 – 48), coincidió con la Fiesta de Santa María de Guadalupe, Reina de México.
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora”.
Cuando visito el Santuario de Santa María de Guadalupe, a las faldas del Cerrito del Tepeyac, me brinda una gran paz y una gran esperanza, porque la misma Virgen se hizo presente en nuestra patria para traerlos el mensaje del Señor que viene. Se apareció al más pequeño de sus hijos, a San Juan Diego y le dijo, “¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?” Quien contempla esa frase, tiene la certeza de la intercesión de María.

María se convierte en el camino a su Hijo, ella no es el centro, pero nos muestra la forma de llegar a Jesús. Vemos la forma en la cual, alguien lleno de amor, se muestra presuroso a servir, a transmitir su amor, porque Dios está en su corazón.
En el Evangelio, María sabe del embarazo de su prima, Santa Isabel y no dudó un instante en ir a visitarla, en ir a atenderla, dispuesta a servirle. María nos da las pautas para avanzar en este camino de Adviento, el servicio amoroso dispuesto, entregado.
Hacia el final del texto, escuchamos una oración hermosísima, el Magnificat, cuyos versos iniciales, dan gloria a Dios, “mi alma glorifica al Señor”. El alma de María es tan grande que es capaz de dar esa gran oración de alabanza a Dios.
Hacia la Navidad, podemos ofrecer esa oración, “mi alma glorifica al Señor” por los milagros y los prodigios de nuestra vida.

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