El sentido de la Pascua nos motiva a ser felices, porque
Dios nos ha salvado gracias a su Hijo, El III Domingo de Pascua (Jn 21, 1 – 9),
Cristo nos va presentar un nuevo modelo de amor.
“Después de
esto, nuevamente se manifestó Jesús a sus discípulos en la orilla del lago de
Tiberíades. Y se manifestó como sigue: estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el
Mellizo, Natanael, de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos
discípulos.
Simón Pedro
les dijo: «Voy a pescar». Contestaron: «Vamos también nosotros contigo».
Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Al amanecer,
Jesús estaba parado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús
les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo que comer?» Le contestaron: «nada».
Entonces Jesús
les dijo: «echen la red a la derecha y encontrarán pesca». Echaron la red, y no
tenían fuerzas para recogerla por la gran cantidad de peces. El discípulo al
que Jesús amaba dijo a Simón Pedro: «Es el Señor.».
Apenas Pedro
oyó decir que era el Señor, se puso la ropa, pues estaba sin nada, y se echó al
agua. Los otros discípulos llegaron con la barca —de hecho, no estaban lejos, a
unos cien metros de la orilla; arrastraban la red llena de peces.
Al bajar a
tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan. Jesús les
dijo: «traigan algunos de los pescados que acaban de sacar». Simón Pedro subió
a la barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Y
a pesar de que hubiera tantos, no se rompió la red.
Entonces Jesús
les dijo: «Vengan a desayunar». Ninguno de los discípulos se atrevió a
preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el
pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados. Esta fue la tercera vez
que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Cuando
terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que éstos?» Contestó: «sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo:
«Apacienta mis corderos».
Le preguntó
por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «sí,
Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «cuida de mis ovejas».
Insistió Jesús
por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso triste
al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó:
«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Entonces Jesús le dijo:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el
cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los
brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras».
Jesús lo dijo
para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a Dios. Y
añadió: «Sígueme».
En el Evangelio admiramos la tercera aparición de Jesús a
los suyos después de la resurrección, los discípulos les cuesta trabajo
reconocerlo, pero hay algo en su corazón, saben perfectamente quién es, dudan,
pero al final tienen una certeza.
La vida cotidiana puede impedir muchas veces reconocer a
Jesús, porque lo rutina nos va ocultando la grandeza de la pequeñez. Las diversas
necesidades hacen buscar resolver lo importante, luego lo inmediato y dejamos
lo verdadero importante al final.
Ahí es cuando Jesús nuevamente sale a nuestro paso y quiere
hacerse presente. Dentro de esa “rutina”, nos demuestra su amor, su cercanía,
pero también, nos demuestra la forma para vivir de una forma plena.
El Señor en este pasaje nos demuestra su preocupación por
todos los aspectos de nuestra vida, en el caso particular los discípulos no
habían pescado nada, sentían una frustración por no lograr su cometido. Jesús
los reta, les exige aventar las redes al otro lado, lo cual significa el ahora
haz las cosas como yo te digo, a mi manera, ya trataste a tu forma pero no has
tenido suerte.
La pesca milagrosa se da cuando uno es capaz de dejar de
lado su forma de actuar, para dejar a Dios ser Dios y así nos sorprenda. Cuando
vemos la gloria de Dios en esos pequeños milagros cotidianos, donde nos
demuestra su preocupación por nosotros, es cuando valoramos un nuevo aspecto, a
Dios no le importa nuestro pasado, de ser así, no hubiera tenido la paciencia
mostrada a Pedro, ni menos aún, dejarle su Iglesia.
Si es capaz de hacerlo con Pedro, cuánto más con nosotros,
la paciencia de Dios es infinita, nosotros nos cansamos de pedir perdón y
dudamos del mismo. Es cuando Jesús nos hace la pregunta más importante de
nuestra vida, ¿me amas? De nuestra respuesta depende todo, porque para Cristo
es lo único importante, ¿me amas? Entonces no me importa tu pasado, no me
importan tus pecados, no me importa nada, sólo tú y tu futuro, el cual
construiremos juntos.
¿Me amas? La respuesta es clave para la vida eterna, del sí,
es el comienzo para la vida en plenitud y la felicidad eterna. El seguimiento
no será sencillo, pero valdrá la vida entera para lograrlo.
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