Arrancamos el Ciclo Litúrgico con el I Domingo de Adviento
(Mc 13, 33 – 37), nos permite darnos una oportunidad de comenzar nuevamente.
“En aquél
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “tengan cuidado y estén prevenidos, porque
no saben cuándo llegará el momento.
Será como un
hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a
cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén
prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al
atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana.
No sea que
llegue de improviso y los encuentre dormidos.
Y esto que les
digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!”.
El Adviento siempre nos permite comenzar una nueva aventura,
un nuevo ciclo, una nueva vida y qué mejor que regresar con este espacio que en
el inicio del Ciclo Litúrgico.
El Adviento nos recuerda la importancia de vivir en la
esperanza, del sentido de creer en quien ha vencido al mundo, pero también en
aprender a esperar en Dios quien nos ama tanto que envió a su Hijo para darnos
las fuerzas cuando creemos que nada tiene sentido.
Jesús nos recuerda que Dios nos ama, nos ha dado un gran regalo,
que está destinado a crecer a madurar y a dar frutos. Por eso la enseñanza a
través de parábolas, el estar prevenidos, el no dejar perecer esa llama que
Dios nos ha infundido en el corazón de cada uno de nosotros y que es su amor,
que se traduce en libertad.
Aprender a vivir en libertad es un gran reto, porque implica
necesariamente vivir amando, en acción. Cuando logramos ello es cuando en
verdad actuamos de cara a Dios. El amor por ello requiere cuidado, atención,
pero sobre todo cuidarlo día a día, momento a momento, no dejar que nadie nos
lo robe.
Estar prevenidos es el llamado de Dios, para cuidar ese gran
don que está destinado a dar fruto.
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