Hemos llegado al Domingo de la XIV Semana del Tiempo
Ordinario (Mt 11, 25 – 30), donde Cristo nos recuerda que la vida con Él es más
sencilla de llevar.
“Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y
haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido
dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí
todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre
ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y
así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".
En lo personal, el anterior Evangelio me ayuda mucho cuando
llegan las dificultades, cuando el desaliento busca querer apoderarse de mí,
cuando siento que pudiera estar perdido, cuando tengo la tentación de sentirme
solo o desamparado, aún con todas las gracias de las cuales estoy rodeado.
El Demonio, siempre astuto, es justo lo que busca, el
desestabilizarnos, el que caigamos en la tentación del miedo, del desaliento,
de la impaciencia, de la desesperanza. Todo ello es un sentimiento muy
poderoso, ello incluso ha llevado a muchas personas al suicidio por creer que
nada en esta vida vale la pena. El Demonio incluso busca que cuando descubrimos
o asumimos oscuridades en nuestra vida, pone el dedo en la llaga, mientras que
Dios esas sombras, quiere volverlas luz.
La verdad en ocasiones es dolorosa, quisiéramos cambiarla,
ocultarla, huir de ella, pero es imposible, porque tarde o temprano nos
cansamos de llevar vidas dobles, sin sentido, y la vida nos cobra las facturas.
Aunque claro, hay verdades que llevan tiempo aceptarlas y no es posible
compartirlas y eso también lleva a la soledad, a que los amigos, familia y
personas más cercanas se crean engañadas, cuando ni siquiera preguntan o se
atreven a ir más allá de una supuesta traición.
Por eso llega Jesús, porque cuando asumes todo lo que eres,
es cuando realmente pisas, cuando realmente estás equilibrado y eres sencillo,
te das cuenta que no eres diferente a los demás, que eres el mismo, que eres un
ser humano y ahí es cuando maduras. La madures por tanto será, el aceptarme tal
cual soy, con luces y sombras, pon posibilidades y limitaciones, pero ese eres
tú, tan humano como cualquiera. Ahí es cuando nos sentimos necesitados de la
misericordia de Dios, reconocemos la sed de Dios.
Eso me lleva a buscar a Jesús, porque lo necesito, porque
quiero experimentar su amor, porque quiero ser libre, ahí es donde recibimos el
consuelo, del Cristo que nos conoce porque Él también fue humano, que no nos
juzga, que no nos rechaza, discrimina u ofende. Él ve más allá, incluso que
nosotros mismos, nos recobra la dignidad de ser humanos, pero además nos elevó
a la divina por su sacrificio.
Cada vez que leo este Evangelio recuerdo, la vida está llena
de retos, no es sencilla, tenemos que esmerarnos todos los días para hacerlo
mejor que el anterior, estamos buscando ser los mejores, estamos buscando la
felicidad donde no está, o como mejor creemos y podemos, pero eso nos lleva a
la más grande de las frustraciones. Y aquí encuentro la respuesta, mi yugo es
suave y mi carga liviana. Dios quiere manifestarse a través de muchas cosas,
pero tenemos que estar atentos, desde quien nos ama, quien nos dio la vida,
quien quiere hacer una vida de pareja con nosotros, con nuestros amigos, seres
queridos y familia.
Ahí, en medio de tantas cosas, de luces y sombras, ahí está
Jesús, ahí está dando la respuesta, la confianza en que Él nos ama, que su yugo
es suave.
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